No descubro nada nuevo afirmando que el mundo se mueve al vaivén de las modas que surgen de las creencias populares, alimentadas  por  mecanismos más o menos científicos, pero muy perversos, que influyen en la sociedad actual -acelerados por la virtualidad y que se llama “marketing”- ; algo mágico que transforma en dinero los deseos de incautos compradores, aquellos que no quieren, no saben o no pueden pensar por sí mismos.

No hay que generalizar, porque hay otro marketing instrumentado por personas vs empresas, que realmente satisface necesidades reales en un mercado abierto y competitivo. Nos referimos al “otro marketing”, que sólo se justifica por su  decisiva influencia hacia determinados colectivos, siempre muy vulnerables, con el fin de vaciar sus bolsillos vendiéndoles lo que no necesitan.

Miquel Bonet2No es fácil resistirse ante el espectáculo, mediático, real y virtual que bombardea  al potencial comprador -sometido a un control exhaustivo de sus gustos y preferencias-, obtenido maliciosamente por la interconexión, en mi opinión rozando lo ilegal,  estudiándose sus hábitos de compra, o los espacios visitados combinados con el networking.

El sistema es sencillo: localización del individuo, obtención del historial de compras, asociación a segmentos de mercado de interés potencial y oferta insistente de variables de productos y servicios susceptibles de ser comprados por el individuo.

Al final de todo, parece que las nuevas tecnologías aparentemente pretenden facilitarnos la existencia, algo que dudo muchísimo, pues aunque sea evidente que tengamos más datos e información que nunca, parece que nos hemos perdido muchísimo de la comunicación, pues sabido es que la cantidad difícilmente se asocia con la calidad. Quizás la ventaja es que, en estos escaparates virtuales, alguien decida por uno mismo obviando el esfuerzo de “pensar”; pero…  ¿quién dijo que pensar o meditar sea negativo?

El mundo nos observa como prisioneros de un Gran Hermano y se ocupa de enviarnos constantes estímulos, para que encontremos razones para vivir, para trabajar y especialmente para gastar, pero nadie parece haberse planteado el coste de todo eso. Los valores en su mayor parte, se han resentido, porque han quebrado muchos principios de la educación; las escuelas siguen empeñadas en aplicar modelos memorísticos y conceptuales y los maestros en enseñar a buscar soluciones, cuando se trataría de educar mostrando como “aprender a aprender”,  incentivando el planteamiento de preguntas para obligarnos a pensar.

Parece que nos hemos olvidado de la meritocracia y ahora premiamos el mérito  con la masteritis, como si un título convirtiera en competente a un mal profesional; y la igualdad de oportunidades, se ha convertido en la estimulación hacia la mediocridad. Baste ver el perfil de quienes dirigen.

Y por hoy no hablaré de la ética, la humanística o el compromiso, pero, desde aquí, deberíamos plantearnos la rebelión combatiendo, con la cultura que posibilita el criterio, a estas modas que invocan la acumulación y el consumo brutal, opuesto a aquellas maravillas que toda la humanidad, o sea nosotros, fuimos capaces de concebir con nuestro ingenio, con nuestro trabajo, con persistencia y con el gusto por hacer bien las cosas, para la propia satisfacción.

Habría que reivindicar la parte “artesana” que todos llevamos dentro y que nos lleva a distinguir lo que queremos, evitando este marketing temporal que quiere hacernos cómplices de sus miserias.

 

Miquel Bonet

Abogado, profesor, autor de “Búscate la vida”