Es sabido que los economistas tienen una imagen de “hombres grises” y  entiendo que habría que cambiar este tópico de forma notoria y evidente. Esto lo dice mi paisano, el economista Sala Martín, profesor de la Universidad de Columbia. Uno de los cerebros más lógicos, coherentes y bien amueblados que conozco, y una eminencia en economía del desarrollo, muy conocido por vestirse con chaquetas de vistosos colores, un hábito que utiliza públicamente a fin de contribuir a  humanizar y socializar la idea que tenemos los ciudadanos de los economistas, cuya imagen -casi siempre- cumple los tópicos de vehemencia, superioridad e inútil comprensión.

Miquel Bonet2Por eso, y otras cosas más, el Dr. Sala Martí es todo lo contrario. Es un gran comunicador, cargado de empatía, fácil de comprender, directo, afable y un excelente pedagogo porque es capaz de acompañar al alumno, ayudarle en su motivación y, también, inspirarle para que éste decida aprender recorriendo el camino de la experiencia personal. Todo eso suena a fantasía y teoría en el mundo real y, por desgracia, también en el mundo empresarial, cuyos financieros andan mucho más preocupados por los imputs que llevan al resultado que por el camino a recorrer para alcanzarlo.

Una de las “víctimas” de esta adicción convulsiva por el resultado la sufren mis antiguos colegas, la gente que se ocupa de las personas y que identificamos como el líder de recursos humanos. Personas que dedican los mejores años de su vida tratando de explicar a los de arriba -los que mandan- y también al tejido laboral -se supone plantilla base-, que el mejor camino para conseguir valores diferenciales consiste en ser competitivos, productivos y, sobre todo, eficientes, a base de poner sus conocimientos, talentos y actitudes al servicio del grupo.

No resulta nada fácil comprender, y mucho menos, conseguir en un entorno absolutamente mediatizado por la economía, que la gente se sienta persona -a veces vulnerable- humana, pero, sobre todo, valorable, mucho más que por la función profesional que realiza; ya que, en muchas ocasiones, es la propia empresa la que “corta las alas” de la gente válida, ignorando su progresión. En otros casos, son los “jefes” mediocres que no saben, ni escuchan, a aquellos que dirigen. Y también el día a día, con esta voraz dependencia de los objetivos, que impide -sin excusa- reconocer el talento individual, potenciarlo y contribuir a desarrollar un plan de carrera atractivo y feliz que, a la larga, beneficie a la propia entidad.

Cuando una empresa, o una persona, piensa simplemente en ganar más cada día y, a menudo, a costa del trabajo de mucha gente, en realidad está reduciendo sus oportunidades de futuro. Todos la vemos como un ente gris, sórdido -quizás ecléctico- y poco apetecible, para aquel tipo de personas poseedoras de talento y que necesitan un entorno de luz, de color y de buenas vibraciones para eclosionar. No olviden que en la gran guerra del siglo XXI, para prosperar, habrá que atraer talento y evitar que se vaya el que se posee, porque la inteligencia nos lleva, no sólo a elegir donde queremos ir, sino que nos confirma a donde no deseamos volver. Y a todos nos gusta que la vida tenga colores.

 

Miquel Bonet

Abogado, profesor,  autor de “Búscate la vida”