Hace justo un año nacían estas páginas, planteadas como una ventana desde la que asomarse con curiosidad al panorama social y cultural que Andalucía ofrece en la actualidad. En este corto pero intenso recorrido, he intentado afrontar las novedades con el espíritu inquieto y los ojos bien abiertos, con la idea preconcebida de afrontar el desconocimiento de muchas cosas que me rodean y a las que apenas me asomo por primera vez, desde la modestia, la autocrítica y la reflexión, pero con visión de futuro. A lo largo de este camino, he buscado enriquecer y profundizar en mis conocimientos, dialogar con nuestras contradicciones e ir más allá en mis pensamientos, para darme cuenta de que ni es oro todo lo que reluce, ni nada es tan malo como lo pintan y, por encima de todo, que hay mucho por aprender.

Y como cada comienzo de año se brinda a la reflexión y a los balances, voy a tomarme la licencia que su generosidad -lector o lectora- me otorga y cumpliré con esta tradición. Quisiera centrarme, a modo de ejemplo, en cómo afronta su vida social y cultural Sevilla, acaso porque es donde resido y es la provincia que mejor conozco. Desde mi punto de vista, considero que el año 2006 ha sido importante social y culturalmente para la ciudad. Muchos han sido los acontecimientos que han tenido lugar. Por mencionar sólo algunos, la Semana Internacional de la Moda Flamenca (SIMOF), la XIV Bienal de Flamenco, la II Bienal Internacional de Arte Contemporáneo (Biacs 2), el SICAB, las Ferias Mundial del Flamenco y las Artes Escénicas, diferentes actuaciones y obras programadas en los Teatros Maestranza y Lope de Vega, novedosas exposiciones en el Alcázar de Sevilla y en el Museo de Bellas Artes, rodajes de películas, estrenos mundiales de óperas, numerosas muestras de todo tipo en diferentes espacios y un largo etcétera. En este sentido y como espectadora curiosa y atenta a los acontecimientos diarios, considero que ciertas cosas están cambiando en Sevilla. Muchas han sido las iniciativas novedosas en las que se ha implicado a un público entregado, que cada vez se siente más atraído por las nuevas líneas que marca la cultura, en iniciativas que casi siempre vienen de la mano directa o indirecta de las Administraciones. Pese a ello, entiendo que aún hoy, en el siglo XXI, el peso concedido a las tradiciones anuales ocupa un espacio económico, social y cultural poco equilibrado, y a veces hasta paralizante, para una ciudad como Sevilla que quiere ser referente cultural en Europa. Desde la más profunda autocrítica, como sevillana y como público de las iniciativas culturales que se programan y también de las tradiciones de la ciudad, quisiera plantear algunas cuestiones: ¿hasta dónde debe llegar el apoyo de la Administración en el desarrollo de las iniciativas culturales?; ¿qué papel debe jugar el público? y ¿cómo se conjuga la tradición y la creación?
No tengo las respuestas, pero bajo mi punto de vista, el fomento de la cultura es parte de las obligaciones de las administraciones, sin embargo, no puede convertirse en su único motor. Considero que, en esta cuestión, el éxito de la Administración, entendida como un todo que tiene derechos y deberes para con los ciudadanos, llegará cuando no todo dependa de ella, sino cuando además sirva de acicate para la iniciativa privada. Realmente, es necesario que todas aquellas actividades refrendadas con fondos públicos tengan éxito de público y animen el debate de la crítica, pero al mismo tiempo y quizá más importante, deben generar una mayor demanda por parte de los ciudadanos, suscitar su curiosidad y elevar su nivel de exigencias como parte implicada. Y es ahí donde, como público, tenemos además de derechos, una gran parte de responsabilidad en el resultado. Es ésta, y no otra circunstancia, la que realmente puede animar la vida cultural sevillana y revitalizar una iniciativa privada que, especialmente en el caso de los teatros, languidece. No todo debe pasar por los grandes templos teatrales -de los que, por otra parte, disponemos, afortunadamente-, sustentados con fondos públicos. Es necesario dejar lugar a las pequeñas salas de conciertos y a los teatros de iniciativa privada, a las programaciones alternativas y novedosas, pero siempre teniendo claro que su supervivencia depende directamente del público y de la constante espiral económica que su interés ponga en marcha, con su asistencia y exigencia permanentes.

Desde luego, para afrontar este proyecto de futuro, si es que queremos diversificar y enriquecer nuestra vida cultural, debemos implicarnos mucho más. Y eso también empieza por demandar alternativas a lo tradicional. En este sentido, considero que los sevillanos y sevillanas debemos enriquecer nuestra visión de la cultura, a veces excesivamente anclada en las tradiciones anuales. Sevilla desde luego es mucho más que la Feria, la Semana Santa, los caballos, el flamenco y las corridas de toros y, si no somos capaces de reconocerlo, acabaremos muriendo de éxito. Hay muchas Sevillas de las que participar activamente, sin menoscabar ninguna de ellas, ni relegarlas. Los referentes culturales tradicionales son nuestra historia, necesarios para la supervivencia de los pueblos y dignos de elogios. Por supuesto que hay que mantenerlos, pero eso sí, dejando espacio a nuevas corrientes, a nuevas iniciativas que aporten un soplo que revitalice nuestro legado cultural, en una convivencia posible y deseable entre tradición y creación. Por ello, entiendo que los ciudadanos no podemos permitirnos perder el tren de la innovación cultural, ni declararnos incapaces de avanzar, lastrados por nuestro propio narcisismo. Pero eso sí, no podemos olvidar que para poder exigir a las administraciones, tenemos que participar activamente de ese proyecto cultural de futuro.

susanam.muñoz@hotmail.com