Repasando noticias antiguas del pasado año me reencuentro con una que se refería a las condiciones del suelo del planeta Marte, en el que hay nutrientes, e incluso vapor de agua si se calienta; y leo, textualmente, que "en Marte se podrían cultivar espárragos". Y me echo a temblar. Literalmente.

¿Se imaginan ustedes la próxima contraofensiva gastronómica de los chefs superstars? Adiós a la cocina molecular. ¿Cocina tecno-emocional, dice usted? Ande, ande, eso está más que pasado; ahora lo que se lleva es la cocina aeroespacial e interplanetaria. Platos como los "espárragos marcianos en braseado venusino", "ancas verdes de alienígena al vapor de cráter lunar" o "solomillo de cerdo abducido crionizado con nitrógeno líquido de Plutón" harán las delicias de todos los esnobs más esnobs del planeta Tierra; eso sí, el colofón será un monumental agujero negro en su Visa, pero todo sea por la modernidad.

Aparte de esas exageraciones más o menos humorísticas, todos los que nos dedicamos al tema culinario deberíamos hacer un ejercicio de honestidad, y tener en cuenta la salud de nuestros clientes antes que la espectacularidad del plato a la hora de elegir los ingredientes. En menos de dos generaciones se han multiplicado las enfermedades cardiovasculares y tumorales. Nuestros abuelos comían lo que había en cada temporada y elaborado de manera sana. Hoy en día, tanto en casa como en los bares y restaurantes, esos mismos conservantes, acidulantes y demás porquerías, que tanto les criticamos a Ferrán Adriá y Compañía, están presentes en muchas de nuestras recetas cuando utilizamos ingredientes precocinados o fuera de temporada.

Deberíamos aparcar la hipocresía y hacer cambiar las cosas. No me vale la excusa de que es imposible luchar contra la tiranía de las grandes empresas alimentarias, pues, en cuanto bajara la demanda de los productos menos sanos, por la cuenta que les trae tomarían las medidas oportunas. Es la ley del mercado.

Podemos. Hagámoslo.