La actividad empresarial y los negocios internacionales no se limitan a las grandes compañías multinacionales. Muchas pequeñas y medianas empresas también se encuentran involucradas en este mercado, pues en la actualidad vivimos dentro de un sistema de economía y actividad comercial internacional que resulta cada vez más globalmente integrado.

La revolución de la tecnología de la información y los adelantos en la logística y en el transporte significan que el conocimiento, las personas cualificadas, los bienes y los servicios presentan una gran movilidad. El mundo es ahora, parafraseando a Marshall McLuhan, una aldea global donde los productores de bienes y servicios a menudo compiten en el ámbito doméstico e internacional.

Javier González de LaraA medida que el proceso de globalización se ha desarrollado, las condiciones de vida han mejorado apreciablemente en casi todos los países.

Sin embargo, la opinión en este asunto no es unánime. Algunos consideran que la globalización es un proceso beneficioso, a la vez que inevitable e irreversible. Otros, lo ven con hostilidad, incluso temor, debido a que entienden que suscita una mayor desigualdad dentro de cada país y entre los distintos territorios.

Lo que sí está claro es que la apertura y ampliación de los mercados, así como la libre circulación de bienes, servicios y personas, eliminando las fronteras de forma ordenada y mediante acuerdos entre países, supone a la larga un mayor desarrollo social y económico para las sociedades implicadas en estos procesos. Y nuestra Unión Europea es un caso paradigmático y un ejemplo a seguir.

Una Unión Europea que precisamente ahora no se encuentra en su mejor momento. Situación que coincide con las negociaciones del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones, o como es más conocido por su acrónimo en inglés, TTIP. Un futuro Tratado que abre grandes expectativas sobre la influencia que tendría, tanto en la actividad económica y empresarial, como en el empleo.

El TTIP se está negociando entre la Unión Europea y EE. UU., para avanzar hacia un mercado único entre ambas regiones, más integrado y más grande y, por lo tanto, más favorable para el crecimiento económico, la inversión y el empleo en ambos lados del Atlántico.

La consecución de este acuerdo sería beneficiosa para las pymes al dotarlas de mayor competitividad, sin coste adicional y en muy poco tiempo: eliminando aranceles, disminuyendo trabas burocráticas aduaneras o abriendo nuevas oportunidades como el acceso a la contratación pública norteamericana.

En este proceso negociador, la administración Obama ha pisado el acelerador en el último año, deseosa de dejar una honda huella en política exterior, y poder cerrar un ambicioso Tratado antes del fin de su mandato en este año.

Pero, por la parte europea, la situación no ha evolucionado como en principio, estaba previsto. Por un lado, la llegada del ‘Brexit’ sacudiendo los cimientos de Europa, reduciendo la prioridad política del TTIP y a la vez excluyendo de la mesa a los británicos, abanderados de la relación con EE. UU. y del libre comercio.

En segundo lugar, están calando los mensajes anti-acuerdo en muchos países, fomentando el sentimiento proteccionista, nacionalista y anti-globalización que aflige a los extractos más damnificados por los efectos de la crisis financiera global del 2008. Incluso en países tradicionalmente partidarios de la relación transatlántica como Alemania, las últimas encuestas adelantaban que más de dos tercios de la población rechazarían el TTIP.

Sería aventurado por mi parte vaticinar públicamente el resultado final de este proceso. Existen multitud de escenarios posibles: el menos probable es que las negociaciones se concluyan como estaba previsto antes del 2017.

En todo caso, sea posible o no el Tratado en estos momentos, lo importante es que no perdamos de vista la oportunidad que supone la apertura de los mercados, la libre circulación de bienes y mercancías. La Unión Europea, en su esfera económica, ha sido, durante décadas, buen ejemplo de todo ello y fuente permanente de prosperidad.

 

Javier González de Lara

Presidente de la CEA