Como dice Felipe, Luis estaba sembrado esta tarde. Hoy parecía aplicar aquello de "al mal tiempo buena cara". Porque su nombre ha pasado en agosto a engrosar la lista de 24.551 parados más en Andalucía y ya forma parte de los más de 600.000 andaluces en paro -y subiendo- o del más de dos millones y medio de españoles. Pero esta tarde, le ha puesto buena cara a este panorama y nos ha deleitado con un monólogo digno del club de la comedia.

"Ella, -narraba-, que aunque tiene nombre de dulce, a veces es más áspera que el mordisco a un membrillo, en el mes de noviembre, decidió aquel día viajar en tren. A pesar de saber que no le cobrarían el peaje de la autopista Sevilla-Cádiz y que el coste de la gasolina lo pagaría otro, decidió comprobar, en vivo y en directo, qué tal se viaja en un tren andaluz". Yo lo escuchaba  como el que escucha a un Cuentacuentos en la plaza, con una somnolencia recia pegada a mis párpados y una indolencia de siesta mal dormida agarrada a mi cuerpo. Pero cuando oí tren y autopista y que nombraba a la provincia de Cádiz, me saltó un inesperado resorte que me tensó los músculos. Y una vez más machacó mi cerebro lo del peaje y me pregunté por enésima vez ¿por qué el PSOE, para inaugurar septiembre, votó en la Comisión de Obras Públicas y Transporte, del Parlamento, en contra de la liberalización de la AP-4? ¡Qué manía la de este partido por castigar a los habitantes de Cádiz, que tan generosos son con ellos en las urnas! ¿Por qué este castigo a la única cuyos habitantes tienen que pagar peaje para circular "decentemente" para ir a la capital de nuestra Comunidad Autónoma? No pagan los demás, los de la provincia de Cádiz, sí. Pero Luis seguía su narración y no quería perderme el desarrollo de aquellos hechos.

"Comprobó el vetusto balanceo de los coches, el traqueteo de una vía cansada por el discurrir de los años, el mal estado del aire acondicionado, capaz de hacer sudar en verano, cuando a menudo funcionaba mal o muy mal, a las mismísimas lagartijas, se dio cuenta de que las catenarias eran viejas de solemnidad, y que el tren circulaba por una vía única. Lo cual no era poco inconveniente, cuando lo hacía a la misma hora un tren en sentido contrario y había que esperarlo en una estación intermedia o cuando se averiaba otro tren y había que esperar la reparación".

Pensé que la protagonista tampoco había tenido que hacer cola para comprar el billete, ni había hecho la reserva del asiento -que hasta hace unos meses no había que hacer en el regional en el que ahora circulaba camino de Sevilla- ni pelearse con una señora que se había subido en Puerto Real y había ocupado su asiento y no había modo de que se levantara, porque para protestar en contra de Renfe, que no le permitía hacer la reserva en Puerto Real, la pagaba contigo, que no tenías la menor culpa, que habías cumplido y tenías que hacer de pie el trayecto porque era lunes por la mañana y el tren venía muy lleno. Y, además, se había librado de la contestación del revisor ante la queja del pobre pasajero que tenía la reserva, que había cumplido con su obligación y que estaba en su derecho: "Mire, eso no es cosa mía, yo no soy un acomodador. Si tiene alguna queja, cuando llegue a Sevilla, preséntela en Atención al Cliente". O sea, que la compañía ferroviaria pone una norma, algunos educados y cívicos pasajeros la cumplimos, y ellos no la hacen cumplir para menoscabo del que sí la cumple.

"Ella, charlaba animadamente, y tan distraida era la charla que…". En fin, que no se enteró de nada de lo que Luis conocía perfectamente, porque lo padecía a diario, hasta que el paro le dejó tirado en ese andén en el que ahora estaba. Y, como esta historia, de cutrerío en transportes, que los que vivimos en este extremo sur de Andalucía -al que en el 92, se le negó, por ejemplo, el Ave- seguimos padeciendo, no quieren asumirla. Y como gente como la protagonista del relato de Luis, no se entera y vive en una Andalucía virtual, he decidido transcribirla. Para que, como decían los antiguos escritos, la pueda leer quién corresponda.

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