¿Se acuerdan ustedes del cajón de los cubiertos de su casa de cuando niño? Allí "vivía" la cubertería de diario (la otra, guardada en el aparador del comedor, se sacaba para Navidad y pare usted de contar): tenedores, cuchillos, cucharas grandes para la sopa o el guiso, chicas para el postre y café y ‘sanseacabó'.

El panorama ha variado bastante desde entonces. La cocina, antiguamente territorio femenino, ha sido invadida por los varones de la casa que la exhiben ante sus amigos como si fuese el último modelo del coche más exclusivo.

– Mira, mira… placa de inducción programable. Horno pirolítico extraíble. Digital. Frigorífico con tres compresores. Enoteca incorporada. La repera.

– Pues sí, chico, te felicito. Te habrá costado un riñón.

– Y parte del otro. Pero lo más caro no han sido los electrodomésticos, sino los complementos. Ven, ven, mira esta cajonera. Cubiertos de presentación, de carne, de pescado, de postre, de café…

…Y abre el segundo cajón. Más perfiles de perfecto acero inoxidable alineados como brillantes soldaditos de plomo recién pulimentados.

– No falta de nada: cucharillas con muesca para las almejas, otras más planas para el helado, largas para los sorbetes, tenazas y pinzas para las patas del marisco, pinzas para los escargós.

– ¿Los qué?

– Los caracoles esos franceses, hombre.

– ¿Y esa cuchara con agujeros?

– ¡Ah, Esa! Es la favorita de los niños; la usan para los cereales. Primero los copos y luego, bebida, la leche escurrida por los agujeros con el cacao disuelto. No me digas que no es genial. Y hay más: cuchillos de untar, de queso… E incluso me estoy planteando comprar el pack de ampliación.

– Pero, ¿¡¡¡esto es ampliable!!!?

– Ya lo creo, el Ferrán Puñalás es un genio.

– ¿El cocinero?

– El mismo. Él se encarga de diseñar todas las piezas nuevas.

– Increíble -se le escapa al invitado con movimientos incrédulos de cabeza-. Pobre Richard Gere.

– ¿Y qué tiene que ver ése con mi cocina?

– Pues que si el asesor gastronómico de Pretty Woman llega a ser el Puñalás, todavía está rodando la escena de los cubiertos con la Roberts.

– No digas tonterías, anda, vamos al tercer cajón.

– ¿Más aún?

– Hombre claro. Sólo hemos visto los de mesa. Mira: cazos de distintos tamaños, cucharones para apartar salsas, pasta, carnes, pescados, postres, palas para tartas, cuchillo jamonero, panero, avíos para trinchar, cortapizzas, rallador de queso a manivela, abrelatas, sacacorchos de tornillo sin fin…

– ¿Y esa caja?

– Pues para guardar los accesorios de la ‘termomí', y en esta otra los del robot; son tan delicados… El cepillo de cerdas de acero para el grill, y el cable con el termostato incorporado es de la ‘prinsess'.

– ¿De la qué?

– De la ‘prinsess', hombre, la plancha eléctrica antiadherente. Y también están las varillas para montar la nata, los recambios de carbónico para el sifón de espumas, las pinzas para apartar los fritos, la de los filetes, las del hielo, las de la ensalada. El cuarto cajón está vacío; ya sabes que yo de modernidades las justitas. Que donde se ponga la cocina tradicional…

– Ya veo, ya. Por cierto, ¿qué nos has preparado para cenar?

– ¡Es verdad! Perdona, chico, pero las horas se me han ido volando con las explicaciones. Tendré que enseñarte la vajilla ‘ternoemocioná' otro día; con más detenimiento. Y para colmo ya no me va a dar tiempo a preparaos el suflé de salmón fumé y yelé a la ‘remanguillé' que tenía previsto. ¿Llamamos a un chino o preferís unas pizzas?

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