Lo ha prometido solemnemente y así nos lo ha confirmado al grupo de parroquianos que, en esta rebotica del tabanco, que es el patio emparrado donde corremos a refugiarnos de los calores, estábamos escuchando su perorata, hartos ya de la campaña electoral. Pues lo dicho. Felipe, el tabanquero lo ha afirmado. Quizás por el cansancio ya, el hartazgo y un cierto malhumor político, nos aseguró solemnemente que como ya había terminado la campaña electoral de las municipales se comprometía a hablar de política, de proyectos de desarrollo para nuestros pueblos y ciudades, de programas, de escándalos que pagamos de nuestro bolsillo y que afectan a nuestra economía, y de todo aquello que nos interesa a los ciudadanos para que se haga o para que se arregle. Y juró por lo más alto que no volvería a hablar de la Pantoja, ni de Miguel Bosé, ni de Francisco Rivera Jr., ni de los presuntos amores de Ana Obregón, ni de nada por el estilo. Porque ahora, que ya ha terminado la Campaña de las Municipales, por fin se podía ya hablar de cosas serias, entrar en las cloacas, descubrir la basura de debajo de la alfombra, y contarles las cosas por su nombre a los ciudadanos. Afirmaba, Felipe, que ya no hacía falta distraer al personal con lo que nos importa un bledo a más de uno, ni usarlo como pantalla, y hablar, lo que se dice hablar, de lo que en realidad nos afecta a todos. No les niego a ustedes, que noté en sus palabras algo más que un tono irónico. Pero me gustó el gesto y me devolvió cierta esperanza.

Ojalá algunos políticos imiten a Felipe, el tabanquero. Y de camino, que los que nos dedicamos a este noble oficio de comunicar, dediquemos más espacio a lo que está sucediendo en el País Vasco, en Navarra, en Ibiza, en la oficina económica de la Moncloa, en la CMV,  a la merienda de Endesa, y menos a las cortinas de humos con las que intentan tenernos distraídos. Es una esperanza, claro está, que transformarán el circo de la distracción, en instrumento de información. No les niego a ustedes que me gustó la espontanea iniciativa del tabanquero.

Llegados al momento decisivo y a la encuesta que nunca se equivoca, la fetén de verdad, que son las urnas, convendrá no distraerse con cantos de sirena, poner en cuarentena las promesas, incluidas las que van dirigidas a correr un tupido velo sobre Delphi, para acallar por unos días las promesas, con soluciones demasiado teóricas y encaminadas a cubrir el expediente abierto del desempleo en Cádiz, con el cierre de esta factoría y, desde luego, tomar buena nota de esa cantidad de promesas holliwoodienses que, por lo visto, nos van a solucionar la vida a todos. Tomar nota, sopesarlas con lo visto en la anterior legislatura y apostarnos para verlas venir y comprobar cuanto había de creíble en lo prometido. Y, en aras, de lo constructivo, de lo que realmente ahonda hasta el fondo y posibilita a pueblos y ciudades para un desarrollo más que deseable, y al destierro paulatino de lo suciamente indeseable, exigir el pago de la factura electoral a los que con tanta facilidad   -y en muchos casos, con tanta desfachatez- nos han vendido el oro y el moro para que nuestro voto, acercado devotamente hasta el interior de las urnas, les ayude a mantener el sillón para beneficio nuestro.

Apasionante es el período que se inaugura. Será la prueba del nueve. Y si las cuentas no nos salen, las Autonómicas se acercan a pasos agigantados y ahí si que no queremos cortinas humo y exigiremos el pago de la correspondiente factura si nos encontramos un digo donde nos dijeron Diego.

Lo que sí prometo solemnemente es seguir el ejemplo de Felipe, el tabanquero, y no teñir de rosa esta página, para hablar del sexo de los ángeles y encubrir así lo que de verdad, en esta Andalucía de nuestros amores nos importa. Que ya está bien.