Ni el clima ese que se crea con el artificioso espíritu navideño fue capaz de evitar las faltas de ganas, la apatía. Y es que estábamos en esos días de compás de espera, con la barriga saturada de pestiños, con más de un alfajor atragantado y con el límite etílico al borde del colapso. Estábamos de zambombas hasta la punta del pelo, y lo que queríamos todos es que llegase ya la Noche Vieja y despedir de una santa vez este 2006 tan llenos de tantos sustos, de tanto cacareo y de tanta tabarra. Y, por supuesto, que se acabasen de una vez por todas las comidas de empresa, las cenas familiares y los atracones de unas fiestas que nos dejan rellenitos, cansados, y con la tarjeta de crédito esquilmada en aras de no sé qué compensación ‘regalera’ por los olvidos, los malos rollos, y los ajetreos del resto del año.

Pues bien, mis contertulios del tabanco andaban a trancas y barrancas defendiéndose de tanta resaca y discutían por lo más mínimo o se encerraban, por el contrario, en la ensoñación silenciosa del que está harto, en un rincón tranquilo del tabanco, y yo no tenía otra opción que la de embobarme con la mirada perdida en las botas de robles llenas de buenos caldos, ¡los de aquí, claro está! Y empachado ya de tanto aburrimiento, decidí irme a escribir estas líneas, a esa luminosa puerta Atlántica, que es Sanlúcar de Barrameda, y cambiar -que para eso está el Año Nuevo- por una vez la copa de amontillado por una manzanillita fresca y un par de langostinos, ¡que para eso el 2006 me había dado suficientes disgustos que reparar ahora!

Y a santo de no sé qué, me quedé ensimismado, desde Bajo de Guía, en eso que no sé si es todavía Océano o río, que no sé si sus entrañas son saladas o dulces, y perdido en el verde de Doñana a un tiro de piedra de mi vista. Pero aquí no hay tregua ni en la octava navideña y me puse a pensar en lo de siempre, en esta tierra mía, de tantos contrastes y tanto machaqueo contradictorio. Y mirando la orilla del Parque Natural pensé que Huelva estaba ahí detrás, a un palmo de mis narices, pero que yo era de esta provincia milenaria que se llama Cádiz, y que estaba condenado a la marginación y al aislamiento. Y a pesar de los días festivos, comencé, bolígrafo en mano, a pensar en serio.

Si me dijeran que para ir desde aquí a Madrid, tendría que pasar por Valencia, pondría cara de palo y pensaría que me están tomando el pelo. Quebraría este planteamiento el sentido común y no habría narices de demostrar que era mejor dar el rodeo para alcanzar la capital de España. Sin embargo, para que los gaditanos vayamos a Huelva, tenemos que pasar, sin más remedio por Sevilla, es decir, dar un rodeo como el caso anteriormente expuesto. Y van algunos y proponen a los sabelotodos que gobiernan que ahorren tiempo, dinero y que, gracias a que hoy se puede plantear la cosa sin romper con el medio natural ni alterar el equilibro, pues hay medios técnicos y soluciones que pueden evitarlo, que ahorremos más de 80 kilómetros de camino, que evitemos pagar el peaje de una autopista que discrimina a los gaditanos respecto a la capital de la Comunidad Autónoma, y se le pongan los dientes largos a los hoteleros, a los restauradores y a los comerciantes de esta magnífica, hermosa y privilegiada costa atlántica gaditana, y reciben como respuesta un palo en mitad de la nariz. Y encima van algunos e intentan explicar la negativa.

¿Qué nos pasará a los ciudadanos de la provincia de Cádiz que tan castigados nos tienen? El Ave que nos unía a los andaluces con el resto de España, puso su estación de destino en Sevilla y nos dejó a nosotros compuestos y sin novia. Somos la única provincia que para ir en coche hasta la capital de Andalucía, tiene que pagar peaje, y cada vez que nos queremos acercar a otras provincias -el caso de una provincia limítrofe como es Huelva- nos dicen que nanai de la China, y distancian a nuestros amigos portugueses para que no puedan venirse aquí, a donde yo estoy ahora escribiendo estas líneas a saborear una manzanilla, que sabe a gloria, y tomarse una galeritas frescas que son un regalo de estas costas gaditanas.

Y mientras nuestros empresarios, nuestros comerciantes, los que están construyendo con su esfuerzo un presente y un futuro mejor para la economía de estos pueblos, reciben un nuevo revés injustificado que, lo pinten como lo pinten, nos aíslan. Y aunque el Pisuerga pase por Valladolid, convendría no tener que ir a cruzarlo para ir desde Cádiz hasta Huelva. Que, ¡digo yo! seguramente habrá otros caminos más cortos. Y más en este 2007 que entre col y col de cosas buenas -que las espero, de veras, para nuestra tierra- nos va a traer -como carbón de Reyes- unas considerables subidas en los precios de las energías.

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