¿Qué se estará cocinando, de verdad, en la olla? ¿Qué se estará cociendo en la cocina, donde se hacen los verdaderos pucheros de este país, y que después tenemos que comernos, unos con más agrado, otros a fuerza de pan, para que entren? En eso estaba yo pensando mientras caminaba conversando con estas preguntas mías, que me ayudan a no tener la obligación de comulgar siempre con ruedas de molinos. Dan vueltas en mi cabeza mientras cruzo una ciudad fría y me encamino al tabanco. Un ritual reiterativo todos los meses, cuando hace frío y con creciente frecuencia cuando templa el clima y resulta agradable venir a charlar con los parroquianos. Hoy, por necesidad, vengo a buscar mi artículo, consciente de que tengo menos respuestas que preguntas.

Ojeando la prensa, arrugada de tanto pasearla bajo el brazo en este final de enero, tan cuesta arriba, se me engancha un recuerdo a la memoria. Un notable amigo sevillano -andaluz de pro y sin sospecha alguna de caminar por otros andurriales que los nuestros- me comentaba un día que los andaluces nos solemos mover poco, al contrario que otros pueblos, en reivindicaciones de cualquier tipo que obliguen a salir al albero… pero cuando otro pueblo de España da un paso adelante y dice que la parte más consistente del pastel es suya, nos preguntamos con cierto aíre de desafío ¿y por qué no mía también, y por qué no yo? Y nos echamos a donde haya que echarse para reclamar nuestro derecho. No somos peleones -me insistía- pero que no nos vengan con agravios comparativos porque saltamos como un felino. El análisis de mi querido amigo tiene más de diez años, y se hallaba en un contexto que ahora no viene a cuento, pero que se quedó grabado en mi memoria, porque aunque me resultara demasiado radical, me parecía veraz y comprobable en un gran porcentaje.

Valga un pequeño ejemplo: yo vengo reclamando -mis lectores son testigos de lo que digo- la liberalización de la autopista Jerez-Sevilla, desde hace mucho tiempo, pero me ha hecho gracia lo que me asalta desde la prensa que ojeo en el tabanco, y que se refiere al reciente reculeo de la Diputación de Cádiz, que Antonio Sanz dice ahora -lo podía haber dicho cuando gobernaban los suyos- que hay que liberar el peaje -¡y ojo al razonamiento!- para que Andalucía tenga el “mismo trato solidario y justo” que Cataluña y “no sufra ningún agravio comparativo”. O sea, que va a tener razón mi amigo. Porque, antes de este tira y afloja con Cataluña -estatuto para arriba, estatuto para abajo- que no sólo nos preocupa, sino nos ocupa, pocos ciudadanos de esta provincia a la que tan poco caso se le hace, nos hemos tirado a la calle para que no nos rasquen el bolsillo cada vez que tenemos que ir a Sevilla en coche.

En fin que, a pesar de esa actitud demasiado sumisa con la que algunos están llevando adelante la reforma del Estatuto y con la contraria, que no se termina de enterar, y afirma que no existe aquí un problema autonómico y aquí hay que oponerse a todo, puede que lo que Antonio Moreno (PA) declaraba estos días de que el “PSOE ofrece unos privilegios a Cataluña en su reforma estatutaria que luego niega a Andalucía”, sea palanca comparativa y algo pueda moverse. Aunque sólo sea por aquella razón, típicamente nuestra, según mi citado amigo, de “¿y por qué no nosotros?” Estamos de acuerdo, la tarta es también nuestra y somos más. De la historia mejor no hablar, porque aquí hemos visto llover mucho y si hay que sacar la historia por delante, algunos ya hemos estudiado y sabemos de qué va la película.

Y dos datos para el recuerdo, aprovechando que el 28 es el día de esta tierra nuestra -que parece negociarse en base a otros y no a nosotros mismos-; que un 4 de diciembre de 1977, más de dos millones de andaluces nos echamos a la calle, que un año después, en Antequera, los partidos políticos -subrayo que fueron once, según cuenta la historia- hicieron un pacto y se pusieron de acuerdo, por Andalucía; y de esta forma el 28 de febrero de 1980 votamos en referéndum nuestra Autonomía. De ahí la fiesta. La memoria, que es sano mantener viva.

Acabo de estar con un viejo amigo. Hacía muchos años que no le veía. A pesar del tiempo y la distancia -porque ahora vive al otro lado del Océano- la amistad se mantiene viva pero le faltaba una puesta al día: cuestión de datos, de acontecimientos recientes… Me ha preguntado que por qué me dedico a la Historia. Yo le he contestado con lo que acababa de leer en un artículo de la historiadora Annamita Buttafuoco: “porque la historiografía … se dedica a disipar la amnesia y a cultivar la memoria”, y “en este país -he añadido yo- cada vez nos estamos volviendo más amnésicos”. Con todas las consecuencias que esto trae consigo, y porque, como escribía Gerda Lerner, “no se trata de un lujo intelectual superfluo: hacer historia es una necesidad social”. Por eso lo hago, por eso vuelvo a menudo en estos artículos -y en todos los cientos que desde hace ‘veintiymuchos’ años jalonan mi carrera periodística-, digo que vuelvo a la historia; la recuerdo y le quito algo de polvo, para que mejor luzca. La historia de Andalucía; la que a los políticos les cuesta recordar con cierto rigor, no vaya a ser que se les enreden los papeles y tengan que dar la razón a quien no les conviene (a ellos, quiero decir).

Por eso, en este tiempo de discusiones políticas que tiran de la Historia con una frivolidad que causa espanto, venía pensando yo en Andalucía, en esa larga historia tan maltratada, tan robada y tan adaptada al gusto de los otros para que no fuera sino motivo de hundimiento nuestro, de complejos, de dejarnos varados en todas las arenas, de pretender hacernos renunciar al orgullo y a la satisfacción de ser nosotros.

A ver si este 28 de febrero seguimos diciendo lo que aquel otro: “oiga usted, que estamos aquí”, y aquí llevamos más de 3.000 años. Recordando, que es bueno, que, como siempre y en casi todo, “el olvido lleva al exilio, mientras que la memoria es el secreto de la redención”, como decía Baal Shem Tob. 28 de febrero, recuerdo de muchas cosas.