Un punto final, eso es; un punto final es lo que querríamos ponerle a los intensos calores del verano, que nos han tenido empapados en sudor, refugiados en los ventiladores, consumiendo aire acondicionado y huyendo al alivio de las brisas marineras en nuestras playas; punto final a las noches insomnes paliadas, hasta que el sueño vencía en las terrazas, bebiendo agüita para seguir las recomendaciones -el huevo de Colón- de la Consejería de Salud, poniéndonos ropas claras, evitando prendas de abrigo y encerrados en casa hasta que pasara el calor -como hacía mi abuela y cómo venimos haciendo en estas tierras cuando llega el verano- y manteniendo la casa en penumbra para que no se nos colara dentro el ‘lorenzo’ que pegaba implacable en las afueras de ella; punto final al tráfico de las operaciones salida, de las de retorno, del ir y venir de los veraneantes por las carreteras de la costa; punto final a los informativos que nos traían muertos y heridos en las carreteras, que nos ponían la carne de gallina; punto final a los incendios forestales que amenazaban un patrimonio en peligro por la sequía y agostado por estos calores, apremiados por la inconsciencia de quien no se da cuenta que jugar con fuego es correr el peligro de quemarse; punto final de embalses sedientos y diezmados en espera de lluvias otoñales; punto final a la pesadez en las piernas, indolencia en el cuerpo y falta de energías, que hasta el ordenador en el que escribo estas líneas se me declara en huelga cuando le apago el aire acondicionado y me dice de alguna forma que estos calores no están hechos para sus circuitos internos. ¡Lo sabré yo que he tenido los míos tambaleándose con esos termómetros que asustan hasta al más valiente!

¿Será punto final en este otoño que tenemos en puerta o sólo un punto y seguido que prolonga el calor? Por ahora, punto y seguido; que he venido al tabanco con la fresquita y sigue tan solo como en este verano de desierto urbano, y sólo me encuentro a Antonio, refugiado en su umbroso interior hablando con Felipe el tabanquero. ¡Que aquí no ha venido nadie este verano! No he venido ni yo, con lo que da de sí una charla con tan singulares parroquianos, que sugieren ideas, que me ponen en jaque, que hasta se atreven a compararme con Pepito Grillo, cuando leen en mi página alguna reflexión que sacude el polvo de las mientes, sin corrección política.

Así que hoy, venciendo la pereza de la tarde y aprovechando que el tráfico es escaso aún, me he venido al tabanco. Pero ya digo: sólo un cliente y, como siempre, al pie del cañón, Felipe, el dueño del tabanco. Les cuento las serpientes de verano que han reptado tranquilas por la prensa, repaso los fichajes que preparan la nueva temporada de fútbol, hablo de los turistas, del calor, de la playa, de la pejiguera de los programas de siempre, que me informan puntualmente de donde cultivan moreno y cambian de amores a la orilla del mar los famosos de siempre, de las cervezas sin alcohol que he consumido en verano, dado que soy el chofer oficial de la familia, y de cuatro cosillas más por abrir boca.

Y Antonio, que siempre me surte de opiniones sabias, de las que el pueblo rumia, harto ya de tanta palabrería de los que mandan, y de tanto mareo de perdiz para llegar a poco, me salta de repente: “Hombre, tú que eres periodista, y que entiendes de letras, aprovecha que el verano no da para mucho y a ver si, de una vez por todas, escribes veinte veces en tu artículo ‘punto final’ y no ‘punto y final’, y tus colegas de la tele dejan ya de machacar la lengua y no nos contagian más ese maltrato del idioma que va a terminar por hacer que todos hablemos como los ‘indios’, que ya tenemos bastante con lo que tenemos”. Me deja sorprendido, pero por si acaso y, en previsión de que no me eche la bronca en mi próxima visita al tabanco, no he escrito veinte veces la expresión sino diez, hasta esta línea, que ya me parecen suficientes. Y es que el punto [y] final está de moda y no hay manera de que lo destierren de la tele y se enteren de una vez por todas que es punto final, y que hasta se puede ahorrar una letra para bien de la ley del mínimo esfuerzo veraniego. “Ya hemos conseguido que en vez de decir el “veintiún” aniversario -me dice- se comience a corregir la plana con lo de “vigésimo primero” y que el vez del “diez” congreso de tal o cual cosa, algunos ya opten por el “décimo”. A ver si conseguimos algo con esta “y griega” que se cuela de rondón donde no debe”.

Yo, sin mucha esperanza, pero por echar una mano a este aficionado lingüista del tabanco, me decido a escribir las cosas como son y con la esperanza de que pronto refresque, tengamos más noticias que comentar, se espabile la actualidad y podamos arrancar con nuevos bríos este curso que empieza, pongo punto final a estas columnas y espero nuevas páginas para estar con ustedes en esta tabanquera página que cierra, como siempre, este manojo de buenas ideas y mejores proyectos para nuestra Andalucía que poniendo punto final a caminos viejos y gastados, pone rumbo a nuevas perspectiva. Punto final. Y, ‘burla burlando’, como en el clásico soneto, siguiendo a Lope de Vega en el “contad si son catorce, y está hecho”, diré que son catorce y ya está hecho.

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