“Aquí, dentro de poco, vamos a ser más extranjeros que españoles”, comentaba Felipe, mi amigo el del tabanco, a toda la parroquia en aquellas horas híbridas de una tarde nublada: dos parados, un jubilado y yo, que como todos los meses, vengo en busca de inspiración a esta callejuela de poca circulación y mucho sabor auténtico. Mentidero de todo, pulso de un barrio. Las viejas botas con olor a humedad y vino añejo estaban por testigo. Y quise atisbar en el acento de su voz y en el gesto la intención que escondía el comentario. Cuando llegué, estaban enzarzados con la situación reflejada en la prensa del día. Se enredaban con los números y las cifras se acumulaban en un revoltijo en el que terminé implicándome. Y salió el numerito: 1.647.011.

La cifra en cuestión supone nada más y nada menos que el 4,7 % de la población española. Un porcentaje nada desdeñable. Y la constituyen, según las declaraciones que en la inauguración del año 2004 ha hecho el Delegado del Gobierno para la Extranjería y la Inmigración, Gonzalo Robles, el número de inmigrantes en situación legal. De ellos, 208.523 viven en nuestra tierra, haciendo así que Andalucía se convierta en la tercera comunidad autónoma española receptora de trabajadores de otros países. A la sombra de esas cifras hemos iniciado el año acompañados de la repetida imagen de pateras que llegaban en condiciones no sólo ilegales sino precarias hasta el extremo de nuestras costas, procedentes de las vecinas costas del norte de África, que ponen contrapeso a estos titulados como legales. 92.000 de los “otros” han sido repatriados el año pasado. Pero, la mano de obra que suponen los que trabajan en España y, concretamente, en nuestra tierra, se hace casi imprescindible, aunque los dos parados contertulios no acogieran de buen grado mis apreciaciones. De hecho, mis contertulios formaban parte de ese 58% de españoles que según la reciente encuesta del CIS, cuando oyen hablar de inmigrantes meten en el saco de la inseguridad y de la delincuencia a los que vienen de más allá de nuestras fronteras sin mayor distinción, desconfiando de ellos y manteniendo una velada postura de desprecio. No formaban, desde luego, parte de aquel otro 53% que piensa que en España hacen falta como mano de obra, legal, sin lugar a dudas, y en condiciones aceptables de trabajo y de respeto humano. Y las previsiones no hacen sino pensar en un considerable aumento, que se fija para el final de la primera década del siglo XXI en nada menos que cuatro millones. Desistí de dar más explicaciones y me alejé a mi mesa con una reflexión que conviene que nos vayamos haciendo. La Europa multirracial, multicultural, con todos sus inconvenientes, pero también con todas las ventajas que supone, es un hecho que está ya a las puertas.

Aquí nos hacemos viejos y la población activa disminuye. España va a la cabeza de Europa (junto con Italia, Alemania y Polonia) en cuanto a los bajos índices de natalidad que tenemos. Parece que en el primer cuarto de nuestro siglo nuestra población laboral descenderá en un 15%. Cifra a tener muy en cuenta. Seguimos sin aumentar la población, mientras que está claro que lo que empina un poquito nuestros índices son la natalidad de las familias de inmigrantes. Este curso el 5% de los niños escolarizados en España son hijos de inmigrantes. Para las generaciones venideras, y recurro a un aspecto que no puedo sino considerar positivo, la convivencia intercultural, interracial e interreligiosa será un hecho que posiblemente nos ayude a afrontar la vida con mayor apertura de miras. Los aspectos negativos, que Felipe no deja de plantearme, no son descartables, y medicina para curarlos habrá que aplicar, pero en la balanza no puedo sino pensar que puede mejorar, si lo intentamos, nuestra convivencia, tolerante y pacífica. Y, además, por lo que cantan los números, ¿no será necesaria?

Regular las situaciones, desde luego, y el hecho de que 963.055 extranjeros estén afiliados a la Seguridad Social, es más que destacable. Mejorar la convivencia y abrir nuestra mentalidad, en esta tierra de contrastes y con tanta convivencia de culturas a sus espaldas históricas, no sería más que poner una piedra de esperanza al futuro. Que posiblemente un millón de personas esté aún en situación no regulada y al margen de la ley es un tema más que exigible de solución, estamos de acuerdo. Que todo tipo de delincuencia deba ser perseguida, también. Que nuestras políticas exteriores con países que no respetan los derechos humanos de sus ciudadanos tienen que hacerse más contundentes y más exigentes, desde luego. Pero, también, que gobierno, patronal y toda la sociedad civil ha de caminar en la línea de la ley, de la justicia y también del realismo rotundo de los hechos, es indispensable. El bienestar y el derecho de miles de personas está en juego. Tampoco es baladí la incorporación de nueva mano de obra en nuestro país, que envejece cada día más, y las respuestas superficiales y facilonas, a las que se nos tiene acostumbrados, no sirven para ahondar en situaciones tan serias y tan profundas como éstas. Era ya tarde y salí del tabanco con destino a mi casa. La cuestión quedaba abierta.

jfelixbellido@yahoo.es