En los palacios italianos del Renacimiento, como el de Federico de Montefeltro en Urbino, o el de Francesco I de Medici en Florencia, existía una pequeña estancia, donde el príncipe se retiraba a leer, meditar o contemplar las obras de arte que mas apreciaba. Este espacio llamado ‘Sudiolo’, estaba decorado de forma exquisita como si fuera un estuche hecho a medida para las joyas de su colección.

El Museo Thyssen, quiere ofrecer al público un espacio para la contemplación de algunas de sus mejores pinturas, como si fuera un museo dentro del museo. Allí podemos detenernos y admirar sin prisas un grupo de piezas seleccionadas por un artista contemporáneo. La nueva serie de exposiciones se llama ‘Studiolo’ y tendrá una periodicidad anual, esta primera puede verse hasta el 11 de marzo.

En esta ocasión las obras han sido elegidas por Avigdor Arikha, pintor y dibujante de nacionalidad israelí, aunque vive en París. Nació en 1929 en Rumania y fue deportado en 1941 junto con su familia a un campo de concentración en Ucrania, donde pasó dos años. Su historia tiene tintes dramáticos, como la muerte de su padre en el campo de prisioneros, a la vez que situaciones sorprendentes como el hecho de que pudiera sobrevivir al Holocausto, gracias a los dibujos que hizo con escenas de los deportados. Estos dibujos fueron vistos por los delegados de la Cruz Roja Internacional y gracias a ellos, él y su hermana fueron puestos en libertad y trasladado a Palestina en 1944.

Su actividad como artista comenzó en el campo de concentración, donde realizaba dibujos de gran realismo. Después de vivir en un kibbutz y estudiar en Jerusalén en la Escuela de Artes y Oficios, viajó a París. Allí se convirtió en un pintor abstracto, influido por Mondrian, pero en 1965, viendo una exposición de Caravaggio en el Louvre sintió que la abstracción era un camino agotado. Trabajando en obras monumentales, como vidrieras para sinagogas y mosaicos, donde el dibujo es fundamental y comenzó a dibujar del natural. Durante ocho años solo realizó dibujos y grabados, hasta que a finales de 1973 recuperó la pintura. Se le conoce por sus retratos, desnudos, naturalezas muertas y paisajes, realizados de forma realista y espontánea.

Arikha diferencia entre ‘pintura de observación’, o pintura del natural y pintura de memoria o de imaginación. Dice que la pintura de observación, la crean sin apoyos, la mirada y la mano a partir del natural. Su objetivo no es decorar, ni documentar como la imagen, sino que nace de una necesidad profunda de retener lo vivido.

Según este criterio el artista ha seleccionado 19 obras de la colección del Thyssen, que nos muestran modelos captados a través de la observación, huyendo de la memoria subjetiva que desarrollaría un arte basado en la imaginación. En las obras seleccionadas, Arikha, como pintor que conoce el oficio, nos ayuda a descubrir los secretos de su oficio, de qué manera el artista lo vive desde dentro, para resaltar una parte u otra de la composición.

Así ocurre en el ‘Retrato de un hombre’ (1475) de Antonello de Messina, realizado con suma delicadeza utilizando un pincel fino sobre una superficie lisa, lo que facilita su minuciosa realización. Mientras que en el caso del ‘Cristo Resucitado’ (1490), Bramantino, consigue el carácter dramático de la composición, dejando la parte izquierda del cuadro más clara e introduciendo en ella elementos arquitectónicos oscuros, al tiempo que el lado derecho más oscuro, se equilibra con el cuerpo luminoso de Cristo.

De Tiziano, se expone el último retrato que hizo el pintor italiano del Dux de Venecia, el Dogo Francesco Venier (1554-1556); en él utilizó una técnica mixta de pintura al óleo sobre temple, además de finas capas de veladuras. El rostro, de tonos tostados, contrasta con el blanco del gorro que asoma debajo de la birreta ducal. Esta forma curva y blanca tiene su eco en la vela del barco que se divisa por la ventana. En el interior, el pintor utiliza las tonalidades cálidas, en contraste con los tonos fríos del exterior que vemos a través de la ventana, en donde predominan los azules.

En Santa Catalina de Alejandría, Caravaggio en 1597 hace pasar por una princesa de la leyenda Áurea a una joven de su época, ricamente vestida y con los atributos del martirio de la santa: la rueda dentada, la espada del suplicio y la palma.

Del pintor francés Degas, considerado uno de los últimos maestros que emulan la tradición del Renacimiento, se expone ‘En la sombrerería’ de 1882; en esta obra un pequeño tema de la vida cotidiana, se engrandece mediante la pintura.

De Cezanne, elige Arikha, ‘Retrato de un campesino’ de 1905-1906, una pintura que resume su vida artística. La luz, la naturaleza, las emociones y las sensaciones visuales se expresan por medio de pinceladas discontinuas. Creando así, planos coloreados mediante la superposición de los colores que cubren la superficie del lienzo y dando a la imagen una intensidad vibrante que nos produce cierta inquietud.

Esta pintura supone la ruptura con las normas establecidas en siglos anteriores; Cezanne rompe, con todo lo que suponía considerar el cuadro como una ventana de la realidad. Desaparece la precisión en los detalles y la mimesis, poniendo fin a las enseñanzas de los grandes maestros.

Del siglo XX, se expone ‘Muchacha cosiendo a maquina’ de 1921, de Edward Hopper, pintura que es testigo de la espontaneidad del artista. Hopper solía reelaborar los temas que representaba, borrando con las modificaciones posteriores, la emoción que había sentido al crear la obra. En este caso no es así, la luz que entra por la ventana y se refleja en la pared y en la costurera, crea una composición luminosa que recuerda en cierto modo los interiores de Vermeer.

La ‘Composición de colores’ (1931) de Piet Mondrian, es la única pintura abstracta que se incluye en la exposición. Mondrian conserva sólo en el plano del lienzo, la línea vertical y la horizontal y los tres colores primarios, rojos, negros y blancos, alcanzando una abstracción que no es decorativa sino meditativa.

En ‘Naturaleza muerta’ (1948-1949), de Giorgio Morandi, el tema se escapa, pues el artista busca solamente la esencia de las formas, el acto de pintar.

Y en ‘Último retrato’ 1976-1977, de Lucien Freud, se tiene la impresión de que la obra aún no está acabada, a pesar de que cada uno de sus detalles está muy estudiado, tanto en el color como en la forma.

Termina la muestra con dos obras de Arikha: ‘Anne en naranja y azul’ de 1988 y ‘El dormitorio’ de 1989. Aquí el artista nos muestra, ejerciendo su oficio, lo que entiende por ‘pintura de observación’, pinta directamente del natural y acaba la pintura en una sesión.

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