Al grito de “no somos mercancías”, miles de personas en España, también en Andalucía, se han manifestado y participan, en mayor o menor grado, de un movimiento que se ha dado en llamar ‘movimiento 15 M’ que en la semana previa a las elecciones locales y autonómicas del 22 M y en las semanas posteriores ha sido portada en la prensa diaria y objeto de análisis y debate de una manera intensa.

En estos tiempos en los que vivimos las formas son muy importantes pero el fondo, sobre todo en el mundo de las ideas y el pensamiento, es determinante. Decía Aristóteles que “la esperanza es el sueño de un hombre despierto” y, salvando las distancias, este movimiento ha despertado conciencias.

De un profundo sueño en brazos de Morfeo, la sociedad española ha pasado a un despertar con reanimación y la movilización de los indignados, o incluso los resultados electorales obtenidos por las fuerzas políticas el 22 M, así lo atestiguan.

Aunque algunos actores políticos del ruedo ibérico sigan la máxima de que “a río revuelto ganancia de pescadores”, los últimos acontecimientos vienen a confirmar que a veces la acción desemboca en una reacción en cadena desproporcionada y descontrolada. Una realidad salpicada por una agresividad extrema que, radicalizada, no puede ni debe manchar ni descalificar la importancia de una marea de rebeldía, en su inmensa mayoría pacífica, que se justifica por la grave crisis económica o las múltiples crisis superpuestas que confluyen en nuestra sociedad y que pretende, a través de la desobediencia civil, romper con la desmotivación y la desmovilización. Del hartazgo consentido a la desobediencia civil como instrumento para inspirar cambios y regeneración ética, política y económica.

Lo cierto es que los sucesos se desencadenan de una manera que aceleran las respuestas y la sociedad civil comienza a buscar músculo y masa crítica que le permita defenderse de las continuas agresiones, cuando menos continuos desplantes, que algunos gobernantes y políticos están llevando a cabo, situándose a la saga de unos responsables financieros, banqueros y grandes empresarios, que alejados del bien común tratan de justificar propuestas y acciones que nos hunden aún más en la pobreza, en la desigualdad y en el desempleo. O, ¿acaso tiene lógica y sentido que hayan tenido que llamar la atención las instituciones europeas al Banco de España y al Gobierno por su falta de diligencia en la aplicación de la norma que reduce el sueldo de los banqueros?

Pero para colmo de despropósito, y como si de un capítulo actualizado de ‘El Príncipe’ de Maquiavelo se tratara, lo vivido en el proceso abierto para la reforma de la negociación colectiva entre los agentes económicos y sociales. Una cuestión de difícil calificación y para la que, en algún caso, se necesitaría el uso de gruesas palabras. O, acaso que tras meses de reuniones, diálogo y negociación los sindicatos tuvieran que desayunarse con un documento imposible que CEOE-CEPYME pusieron encima de la mesa, a propuesta de la patronal madrileña, no significaba, como así ha sido, hacer volar por los aires todo lo andado hasta entonces que, por cierto, era bastante. Y qué decir de la falta de coherencia, respeto y honestidad para con el proceso abierto de diálogo y los efectos de esta manera de “acercar posturas” y generar confianza entre los interlocutores.

Una actitud que ha puesto de manifiesto la preferencia de la patronal por seguir impulsando las directrices que pretenden reducir las condiciones laborales y los derechos de los trabajadores, pues, a estas alturas, les debe resultar muy difícil ocultar que su principal interés se centra en la desaparición y disolución de la negociación colectiva. Un trance con el que pretenden individualizar las relaciones laborales, eliminar derechos laborales y borrar la acción sindical en el seno de las empresas.

Algo que en nada favorece a los trabajadores presentes y futuros, tratando de recortar y limitar el importante efecto que la existencia de convenios colectivos ha tenido hasta ahora en las políticas de redistribución de rentas.

Para salir de esta crisis vamos a tener que seguir utilizando mucho algodón para desmaquillar a encantadores de serpientes. El algodón no engaña.