El efecto pigmalión tiene su origen en un mito griego, en el que un escultor llamado Pigmalión se enamoró de una de sus creaciones: Galatea. A tal punto llegó su pasión que la trataba como si fuera una mujer real. El mito continúa cuando la escultura cobra vida después de un sueño del artista, por compasión de la diosa Afrodita.

En el terreno de la psicología, la economía, la medicina o la sociología, se han llevado a cabo diferentes experimentos sobre este curioso efecto. Uno de los más conocidos es el que realizaron en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título ‘Pigmalión en el aula’. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales.

Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y así fue. Ocho meses después se confirmó que el rendimiento de estos muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que en realidad jamás se realizó tal test al inicio de curso y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos elegidos completamente al azar, sin tener para nada en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? Sencillamente que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros convirtieron sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que les llevó a confirmar lo que les habían avisado que sucedería.
Muchos otros estudios similares han confirmado en los últimos años la existencia de este efecto. La predisposición a tratar a alguien de una determinada manera queda condicionada en mayor o menor grado por lo que te han contado sobre esa persona (profecía autocumplida). Podemos afirmar que en nuestra vida diaria, consciente o inconscientemente, estamos respondiendo a lo que las personas que nos rodean esperan de nosotros, para lo bueno y para lo malo. Este principio de actuación a partir de las expectativas de los demás se conoce en psicología como Efecto Pigmalión o Profecía Autocumplida.

Lo peor de todo esto es que lo que se suele contar de los demás es lo negativo (rumorología) o lo positivo, con envidia (¡¡le ha tocado la lotería!!). Así nos va… ¡¡¡Y encima nos creemos todo lo que nos cuenta alguien de “confianza”!!! de otro alguien a quien envidia, por ejemplo, o que sencillamente le odia. Entonces le tratamos como un depravado, ladrón, sinvergüenza, malvado, etc. sin hacer caso de los actos que el “estigmatizado” pudiera hacer y que contradiga esta creencia, que influye en un 75% de la opinión que nos hacemos de él, a expensas de los rumores. Esto ocurre especialmente si el “etiquetado” es una persona que triunfa, porque, al hundirla moralmente. ¡¡¡Nos ensalzamos nosotros mismos, pues somos quienes aportamos la información confidencial clave!!! (El Neardental sigue entre nosotros, puesto que este efecto suele ocurrir en las mentes más primitivas o que tienen una vida amargada y poco realizada). ¿Saben la cantidad de enemigos que tenía (y tiene) la madre Teresa de Calcuta? ¿Y San Juan Bautista? ¿Y Jesucristo? ¿Y Mahoma? ¿Y Einstein? ¿Y Nietszche? ¿Y el santo Job? ¿Y su vecina de enfrente?…

Una última cosa: si su cuñada dice que su matrimonio no va a salir bien, créela, porque hará que la profecía se cumpla (estadística y científicamente comprobado). Para colmo, lo que haga después, serán las razones que argumente para decir: “¿Ves como yo tenía razón?”.

IDEM en la empresa.
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