Con seguridad a la pregunta: “¿un deseo para 2011?”, la gran mayoría de nosotros responderíamos con un lacónico “trabajo”. En realidad con esta petición, el que no tiene trabajo lo necesita luego, no es un deseo sino una auténtica y perentoria necesidad; y el que dispone de un trabajo, con esta solicitud espanta sus temores a perderlo, al mismo tiempo que en su retina fija la imagen de su ser querido, de su familiar, de su vecino o del compañero, que lleva más tiempo del previsto desempleado necesitando un trabajo como el respirar. Para la gran mayoría de nosotros, pues, trabajar sería la gran necesidad. Y los deseos, probablemente los dejemos aparcados para años venideros en los que podamos mirarnos de frente y no de perfil, en los que comencemos a alumbrar nuevos sueños y en los que volvamos a reconocer la felicidad en nuestra mirada.

Realmente esta maldita crisis está haciendo mella en nuestro carácter. Casi con toda seguridad estamos cambiando como sociedad y no estamos siendo del todo conscientes. No sólo son los valores, que también y muy importantes, sino un auténtico cambio social, auténticos saltos generacionales que comienzan a determinar los trazos de una nueva estructura social, nuevas maneras de pensar, la permanencia de una brecha social cada vez más ancha y la concentración del poder en pocas manos.

Y todo ello, junto con una de las peores consecuencias que está provocando esta grave crisis económica, a la que algunos llaman “la gran recesión”, para diferenciarla de “la gran depresión” pero que va por el mismo camino: la descomposición, cuando no la destrucción, del equilibrio entre factor capital y trabajo, surgido del contrato social aceptado tras la segunda guerra mundial, y que en la actualidad, está sometido a “caza y captura” cuando no a una “causa sumarísima”. Sirvan las duras licencias literarias para expresar una situación en la que al trabajo, la población trabajadora y a los sindicatos se les acusa de ser los responsables de esta crisis por tratar de defender derechos y garantías laborales y sociales en un escenario global en el que triunfa la desregulación; la oportunidad de negocio surge ante la falta de norma y los inversores privados pretenden hacerse con un sector público en horas bajas y que está abocado a privatizarse, sí o sí.

Ni que decir tiene que aunque algunas organizaciones sindicales denunciemos las falacias de este determinismo interesado, tratando de poner rostro a los desalmados mercados y al camelo que nos tratan de vender auténticos encantadores de serpientes que ven en el neoliberalismo como la única y recurrente opción, el eco de nuestros argumentos y la transmisión de nuestras propuestas no tiene cabida.

¿No tiene cabida? No, en realidad no quieren que tenga cabida.

Denunciar que el neoliberalismo basa su razón de ser en el individualismo, el lucro económico excesivo y la desigualdad es grave, preocupante y hasta peligroso.

Denunciar que el espíritu reformista con el que los adalides de una economía de más mercado, más dinámica, de más inversión no tiene porqué pasar inexorablemente por la pérdida de derechos de los trabajadores y trabajadoras y que las reformas que nuestro país necesita no sólo se pueden referenciar a lo laboral o a las pensiones es contraproducente, pues puede instigar preguntas como: ¿para cuándo una verdadera reforma del sistema financiero o la necesaria pero inexistente reforma empresarial?
Denunciar que hay que recuperar la economía, pero sabiendo que es el turno de la política, de la gran política y de la pequeña política puede provocar cambios inesperados en la hoja de ruta defendida por los mercados. Siempre fue el momento de la política, de la política local y de la política global. Y sobre todo de los grandes pactos y acuerdos, pero también de los pequeños. En estos tiempos debemos huir de las imposiciones y encontrar espacios comunes para el bien común y para construir políticas en las que todos nos sintamos incorporados.

En un escenario donde lo que está en juego es el cambio de modelo y no un simple cambio de ciclo económico, no podemos dejar sitio a la desesperanza, a la desilusión o a que decidan por nosotros. Para ganar el futuro necesitamos sentirnos libres y ejercer nuestra libertad. Para muchos de nosotros y nosotras la libertad viene de la mano del trabajo. Por eso es tan importante que se concentren todos los esfuerzos y las políticas en la creación de empleo y reivindicar un modelo que tenga el trabajo como eje central de la dignidad humana.