Nada se comporta de forma tradicional en esta crisis. Y quizás eso nos anima a enfrentarnos a ella con ánimo de cambiar las cosas. Las expectativas puestas en la respuesta europea son enormes. Y también nuestro temor a no estar a la altura. Nos da miedo la escasa capacidad de negociación de nuestros representantes políticos y el enorme descalabro en su capacidad de tejer alianzas más allá de la frustrante algarabía de las ruedas de prensa y las sesiones de control en el Congreso.

Empiezan a concretarse los detalles de la planificación y gestión de esos fondos europeos en los que depositamos tantas esperanzas porque el momento político en que se producen y su potencial nos sugieren verlos como punto de inflexión en nuestra historia reciente.

Hay varios comportamientos macroeconómicos tradicionalmente desequilibrados en la economía española que la respuesta al COVID-19 nos tiene que ayudar a erradicar paulatinamente. El primer patrón es el de nuestro crecimiento inestable. Es conocido que crecemos más cuando hay expansión, pero somos muchos más sensibles a las crisis cuando se producen. El gráfico sobre la evolución del PIB lo ilustra bien. El gráfico recoge la estabilidad del PIB de Francia o la Eurozona pese a los años de crisis, frente a los altibajos de la economía española.

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En esa evolución tan inestable y diferencial tiene mucho que ver otro de nuestros patrones tradicionales de comportamiento, el que nos hace destacar de forma extraordinaria y negativa con respecto a nuestros vecinos, el desempleo en España hace planas las curvas de la UE o de Francia.

Las causas han sido muy debatidas y tienen que ver con nuestra regulación laboral, con la estructura productiva española, con nuestras estructuras empresariales y con la formación de los trabajadores, entre muchas otras cosas. Un problema clave que es principal motor de desigualdad y vulnerabilidad en la economía española y que es una urgencia inaplazable y un poco vergonzosa en un país de nuestras características por tan prolongada.

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El último patrón es el de nuestro comercio exterior. Desde los años 60, nuestro crecimiento se manifiesta en altos déficits comerciales que son compensados por nuestro superávit en la balanza de servicios (turismo) y con mayor irregularidad por las de rentas, capital y financiera. Pese a la modernización de la economía española y nuestro agudo proceso de internacionalización, ese desequilibrio ha persistido generando una dependencia importante de la financiación exterior.

La buena noticia es que este patrón parece estar cambiando y hablamos de un milagro exportador de la economía española que tenemos todavía que comprobar. Tras la gran recesión parece haberse producido una cierta transformación en nuestras exportaciones y nuestros destinos de exportación, en el número de empresas que exportan y en su tamaño. Los cambios parecen sostenerse porque la tímida recuperación de estos años no ha tenido como consecuencia un incremento del déficit comercial como en otros períodos. Se aprecia bien el antes y el después en la gráfica del Banco de España sobre la capacidad de financiación de la economía española desde el año 2013 hasta este segundo semestre del 2020. La pandemia interrumpirá la observación, pero ojalá se confirmara esta mayor propensión a las exportaciones y, sobre todo, la implicación de más empresas y más sectores en ella.

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¿Nos puede ayudar la reactivación post pandemia a librarnos de estos perjudiciales patrones? Ya se empiezan a concretar los detalles de gestión de los fondos. El pasado 17 de septiembre la Comisión Europea publicó amplia documentación sobre los pasos a dar para la planificación de los 672 mil millones de euros que canalizará la facilidad para recuperación y la resiliencia, el instrumento más importante del programa Next Generation UE y sus 750 mil millones de euros, de los que España podría recibir unos 140 mil. Ya hay guías para la elaboración de propuestas y sobre su encaje en las estrategias anuales de crecimiento sostenible y los mecanismos de programación del presupuesto europeo, y también en el marco del Semestre Europeo que organiza la coordinación de las políticas económicas y los presupuestos de los Estados Miembros.

A nuestro temor sobre la capacidad de generar consensos, se suma el de la capacidad de ejecución de la financiación que podríamos recibir. Como señalaba José Moisés Martín Carretero, España tiene todavía que terminar de ejecutar el 70% de los fondos europeos correspondientes al período 2014-2020 y muy pronto tendrá que poner en marcha los fondos europeos del período 2021-2027. El debate sobre el mecanismo de formulación de propuestas y gestión de estos fondos es crítico y necesario. Estos días se sumarán propuestas y decisiones a lo que hemos oído desde el gobierno, los partidos o la CEOE. Desde la idea de la oficina independiente que sugiere Garicano a la coordinación desde la oficina económica de Moncloa.

Ya saben que los Fondos Europeos se centrarán en “instrumentos para apoyar los esfuerzos de los Estados miembros por recuperarse, reparar los daños y salir reforzados de la crisis; en medidas para impulsar la inversión privada y apoyar a las empresas en dificultades; y en refuerzo de los programas clave de la UE para extraer las enseñanzas de la crisis, hacer que el mercado único sea más fuerte y resiliente, y acelerar la doble transición ecológica y digital”. Nuestro reto es que estos objetivos contribuyan a un salto de la economía española que le permita dejar atrás sus incómodos desequilibrios diferenciales.

 

Pedro Caldentey WEB Pedro Caldentey

Director del Departamento de Economía

Universidad Loyola Andalucía

@PedroCaldentey

 

Artículo incluido en la edición de octubre de Agenda de la Empresa