George Orwell nos enseñó en su obra ‘Rebelión en la Granja’ la esencia del ejercicio activo de la libertad de pensamiento y de acción, la importancia de ejercer el poder de una manera ecuánime, justa y responsable y los desastrosos efectos que para cualquier sociedad tiene el mal uso de la acción política, venga de donde venga. Aunque su obra siempre se ha relacionado con una fábula sobre el poder político, en su libro también se dejaba entrever el peso del poder económico y su comportamiento complaciente y adaptativo ante el poder establecido. Enseñanzas que a pesar del tiempo transcurrido y de cómo se ha ido desarrollando la historia de la humanidad en los últimos 60 años, además de totalmente útiles reflejan verdades solapadas pero incuestionables.

Y precisamente, del uso del poder político, del ejercicio de la responsabilidad, de la ecuanimidad y del uso del diálogo para la resolución de los conflictos tiene mucho que ver el planteamiento realizado por los sindicatos de clase, en estos últimos años de crisis, ante las distintas administraciones y gobiernos en los diferentes niveles de interlocución (europeo, nacional, regional o local).

El movimiento sindical europeo ha demostrado su gran preocupación por la orientación de las políticas económicas y sociales europeas. Es consciente de sus efectos negativos y ha ido trasladando a la opinión pública, y denunciando a las instituciones y gobiernos, que el camino trazado para la recuperación económica, hoy por hoy, no se dibuja sobre una hoja de ruta correcta. Incluso, a estas alturas, y vista la mermada situación financiera de los países de la eurozona, con casi toda seguridad, la situación actual requiera de cambios y reformulaciones de los tratados. Además de la gravedad de la situación económica por la que pasa la Unión Europea, y la consideración de que el euro y los problemas financieros de la eurozona están siendo un elemento desestabilizador para el conjunto de la economía mundial (algo que ha quedado patente en la última reunión del G20 celebrada en Méjico) existe un elemento fundamental que se sitúa en la sustancia del problema: el agotamiento de la Unión Europea tal y como existe en la actualidad, la forma de tomar decisiones, la incapacidad de las instituciones y, sobre todo y ante todo, la imposibilidad de promover un proyecto político de futuro que genere confianza y dignidad.

Cuando se analice con suficiente distancia los acontecimientos que estamos viviendo, difícilmente podrá ser comprensible y justificable actitudes y decisiones que en nada favorecen al conjunto de la ciudadanía, y que reducen a escombros el proyecto de construcción de una Europa basada en la unión, la ley, la seguridad, el crecimiento, el empleo, el bienestar, la solvencia, la cooperación y la solidaridad. Sobre la base del rigor se detectará, incluso, cómo se viene hurtando, de manera sibilina, la capacidad de decisión de la ciudadanía y como los grandes debates -como la cesión de soberanía para la generación de una mayor integración económica, financiera o política- no están siendo promovidos a nivel de opinión pública.

Un error de estrategia y apreciación por parte de los gobernantes y responsables de la Comisión Europea que todavía, hoy, tiene solución pero que tiene el riesgo de llegar a un punto de no retorno. Desde luego que los problemas que estamos viviendo en Europa son económicos, son de empleo, son de presupuestos públicos, son de crecimiento o de solvencia financiera, pero también son de índole político. Y cuando hablamos de política, hablamos de ideología.

Son de modelo, de sistema y la clave de bóveda es la política. Demasiada economía y demasiada poca política, con mayúsculas y con minúsculas. Y ante ello, la ciudadanía puede renunciar al proyecto colectivo europeo y exigir la reformulación del mismo, pero bajo la perspectiva de su amortización.

Una situación, la europea, que propicia y requiere de la confrontación ideológica para poder dirimir el modelo de futuro, las políticas que los desarrollaran y las estrategias con las que ponerlo en práctica. Y, por supuesto, si dicho modelo pasa por seguir defendiendo el modelo social que ha caracterizado la construcción de la Europa Social y si existe lugar para el equilibrio en las relaciones laborales, el derecho a la negociación colectiva, la representación sindical o el mantenimiento del diálogo social. O si el sistema de provisión de servicios públicos, fundamentados en el ejercicio de derechos universales, como la educación o la sanidad, se mantendrán como decisión política.

Porque, en la actualidad, Europa es prisionera, pero quienes se sienten rehenes desamparados son aquellos ciudadanos que sobre sí y sus familias están sufriendo la desesperanza del desempleo, la exclusión y la pobreza. Y para ellos, al menos hasta hoy, no ha habido un planteamiento serio y riguroso.

De hecho, amparándose en la necesidad de recortes, con la austeridad como bandera, se está aprovechando la coyuntura para imponer un modelo social, un modelo de sociedad, diferente. La presunta necesidad de reducción de gastos nos lleva a una calle sin salida, a un precipicio donde quieren que lancemos, al más absoluto vacío, derechos como la sanidad, la educación, la dependencia… y con ellos a las personas más débiles y desfavorecidas. En evidencia han quedado gobiernos e instituciones al impulsar la estrategia del miedo, que se ha conformado durante la segunda vuelta de las elecciones griegas, con el único interés de influir, en un determinado sentido, en el resultado final del proceso electoral heleno.

Decisiones que además de reflejar un ideario sesgado, implican la peor de las discriminaciones así como la conformación de ciudadanos de segunda o hasta de tercera. Y prueba de los negativos efectos de estos planteamientos encontramos: el periodo de recesión económica en el que entran importantes economías europeas, la dificultad para asumir, de manera coordinada y eficaz, acciones contracíclicas en el conjunto de la UE, la incapacidad para reconocer que el problema no es el déficit sino el crecimiento… y un largo etcétera.

Pero… a pesar de todo ello, todavía es posible un cambio de rumbo. Para ello la ciudadanía debe convertirse en el timonel del nuevo proyecto europeo. Un proyecto que impulse la confianza y la dignidad de las personas.

Manuel Pastrana Casado
Secretario general de
UGT de Andalucía