“La regla de oro con relación a los extranjerismos debe ser la de no utilizarlos sino en caso de necesidad, y entonces, en la medida de lo posible, adaptarlo a la grafía y a la fonética de nuestro idioma” (Martínez de Sousa)

En un interesante artículo que aborda, entre otras cuestiones, el tema recurrente de la pésima enseñanza de lenguas extranjeras en España, especialmente el inglés, Carmen Posadas (XL Semanal 25/08/2012)) se hace eco de que el primer estudio europeo sobre competencias lingüísticas recoge que más de la mitad de los adolescentes andaluces del último curso de Secundaria no llega al nivel mínimo de inglés fijado porla Unión Europea, un dato alarmante al que la propaganda oficial  intenta en vano poner sordina. En su razonamiento, la articulista atribuye el fracaso, fundamentalmente, a una metodología caduca, que aburre al personal a base de gramática y traducción, como si se tratara de latín o griego, en lugar de aprender un idioma hablándolo. En consecuencia, los alumnos españoles y, en particular, los andaluces, son absolutamente incapaces de mantener una conversación con un mínimo de fluidez (se nos recuerda aquella famosa frase del inolvidable maestro del humor, Gila: “My taylor is rich and my father is poor”), entendiendo y haciéndose entender, que es lo mínimo que cabría exigir tras ¡10 ó 12 años! de estudio obligatorio, detalle este último, por cierto, nada baladí, pues no deja de ser sospechoso, en estos tiempos de protestas a granel, el hecho de que nadie parezca dispuesto a exigir responsabilidades a quienes, en teoría, disponen de los mejores recursos, así como de un profesorado seleccionado, con un coste estimado del puesto escolar que supera los 10.000 dólares anuales.

Sin embargo, y al hilo de la importancia de conocer una segunda lengua, Posadas expresa un entusiasmo incondicional -que no comparto- por el uso y la proliferación cada vez más extendidos de palabras inglesas en nuestro discurso diario, afirmando que “intentar evitarlo es una causa perdida, no sólo porque el inglés es la lengua franca de nuestros días, sino porque tiene una agilidad imbatible a la hora de crear neologismos”. Desde mi experiencia docente, tanto en francés como en inglés (con alguna que otra incursión en el terreno de la traducción), coincido plenamente con quienes sostienen (Alvar, Seco, Lázaro Carreter o Martínez de Sousa, entre otros) que la primera causa de prohijar neologismos se basa en la precisión de nombrar realidades nuevas, para lo cual se puede recurrir a la hispanización, dado su fácil acomodo fónico (caso de ‘baipás’), o al simple empleo del extranjerismo, conservando el vocablo de origen cuando es difícil su adaptación a la fonología y fonética propias o bien cuando dichos neologismos carezcan de equivalente en español, aunque esta apropiación se corresponda, en más de una ocasión, con una actitud pasiva y acrítica, que parece rendirse ante un modelo superior de “colonización lingüística” ( Laín Entralgo) al que nos deberíamos oponer tratando de nacionalizar (permítaseme la expresión) los tecnicismos extranjeros. Tal fue la postura del Estado francés que, en su día, en el Journal Officiel, dispuso que by-pass fuera sustituido por ‘dérivation’, leasing por ‘crédit-bail’, hardware por ‘matériel’ o sofware por ‘logiciel’.

De hecho, en algún libro de estilo editado en nuestro país, se sugiere sustituir bypass por ‘circunvalación’, ‘desvío’ (su significado en inglés), ‘puente’ o ‘derivación, y leasing por ‘arrendamiento con opción a compra’. En cuanto a hardware, se recomienda sustituirlo por ‘equipos’, ‘dispositivos’, ‘aparatos informáticos’ o, simplemente, ‘ordenador’, mientras que software expresa ‘programa’, aunque, excepcionalmente, pueda significar ‘código’ o ‘código fuente’.

En todo caso, tal vez no sea discutible la legitimidad de los extranjerismos crudos en el terreno de la terminología científica, pero hay voces que se han colado por falsa afectación de cientificismo y por distanciamiento del habla vulgar. La palabra que abre esta página, linkar, pronunciada en el contexto de un programa de divulgación científica, responde a la tentación, a medio camino entre la pereza y la necesidad, de exhibir dominio de lenguas, sin tener en cuenta que, cuando escribimos en español, es en español como debemos expresarnos. Es por ello por lo que, en lugar de ese linkar (¿lincar?) chirriante, propondría utilizar ‘enlazar’ o ‘conectar’, que no necesitan de muletas foráneas.