La práctica totalidad de los analistas coincide a la hora de valorar la intensificación de la formación como un recurso esencial a la hora de diseñar estrategias que nos conduzcan a la salida de la crisis. “Formación”: otro de esos términos clave que, a fuerza de encontrarnos repetidos por doquier, terminan por desdibujarse y pierden su potencial; podemos incorporarlo, de este modo, a la extensa relación de “recetas mágicas” que se esconden en los planteamientos de innovación, sostenibilidad, eficiencia… que deben caracterizar las líneas estratégicas de las empresas. ¿Qué está pasando con la formación? ¿Por qué vuelve a convertirse en un elemento angular, fuertemente valorado, y reaparece en las portadas de los diarios en forma de conflicto en torno a la anunciada reforma educativa o como elemento diferenciador de las economías que están saliendo del agujero de la crisis? ¿Acaso no necesitábamos hace unos años el “desarrollo o el perfeccionamiento” de las “facultades intelectuales y morales” de los jóvenes que, tras el correspondiente período de adiestramiento, se incorporarían a nuestro tejido empresarial? ¿O es que durante el lustro que precedió al estallido de la crisis nuestro modelo dejó de sustentarse en el conocimiento o en las aptitudes y actitudes de sus trabajadores?

Miguel Ángel Pino
Miguel Ángel Pino

Ciertamente no resulta sorprendente que la formación y, de forma más concreta, los resultados de la educación (nos referimos en especial al ámbito estrictamente académico) constituyan un motivo de preocupación social. Por desgracia, los ratios en este ámbito no corresponden en absoluto a los índices que deberíamos esperar de un país como el nuestro, al menos en los puestos que tendríamos que ocupar en el ranking comparativo con naciones vecinas. Estadísticas como el informe PISA, el reconocimiento  de las Universidades (ninguna de las españolas en un puesto relevante) o estudios indirectos arrojan conclusiones muy negativas. Y ahora que parece que re-descubrimos la indisoluble relación entre la formación de base de los empleados (obviando la singularidad de la continua) y competitividad empresarial, nos echamos las manos a la cabeza, nos preocupamos y, en algunos casos, nos desesperamos. Muchas instituciones profesionales dieron la voz de alarma al respecto hace tiempo. Recientemente, una declaración institucional dela Real Academiadela Ingeniería(RAI) sobre la educación y la formación de los ingenieros vuelve a poner el dedo en la llaga sobre el “deterioro progresivo de la enseñanza en los niveles de bachillerato y universitario”. El interesante informe dela RAI, lectura disponible y recomendable en internet y fácilmente extrapolable al resto de materias, recorre los distintos ciclos educativos e identifica problemas muy preocupantes en todo el ciclo formativo. Las reformas y contrarreformas que llevamos padeciendo en los últimos años -desacertadas en la mayoría de ocasiones- se materializan en la permisividad de un sistema que permite el avance de alumnos con grandes lagunas formativas, en la reducción inasumible de contenidos en los programas de las asignaturas universitarias, en la proliferación desmedida de carreras (en ese afán de ofertar todas y en todas las Universidades), en la reducción de niveles de exigencia del profesorado o en la desconexión entre la formación de posgrado y el entorno productivo.

Hace también escasos meses, el Colegio de Ingenieros Industriales de Andalucía Occidental reunía en una misma sala a representantes de empresas tecnológicas y dela Escuelade Ingeniería dela Universidadde Sevilla. Como elemento de debate se introducía la trascendencia de las decisiones dela Administraciónsobre los Planes de Estudio de los futuros Máster en ingeniería y el temor a ceder a criterios meramente economicistas, a corto plazo, que devalúen las titulaciones de excelencia y limiten seriamente las posibilidades de crecimiento económico de nuestra Comunidad. Ese temor es real y tememos que se encuentra bien fundado, lo que repercutiría en el crecimiento de la distancia que todavía existe entre las empresas y los centros de formación de sus futuros empleados. En la reunión a la que nos referimos pudimos pulsar las demandas del entorno empresarial de profesionales con amplio dominio de idiomas, con un fuerte desarrollo de su espíritu emprendedor y de sus capacidades empresariales, pero todo ello sustentado en unos niveles formativos que no pueden decaer de ninguna manera. Todos los esfuerzos en este contexto resultarán vitales de cara al futuro, por lo que, en ningún caso, podemos ni debemos renunciar a la calidad. Resulta muy positivo que la sociedad se conciencie del problema y, entre todos, reclamemos el mantenimiento de los estándares que han permitido la excelencia de las titulaciones técnicas en España.

Miguel Ángel Pino Mejías

Secretario Técnico del Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Andalucía Occidental