Nos encontramos ante un escenario donde las formas de hacer y operar de las empresas se basan en el conocimiento, la tecnología, la innovación y cuyo centro de valor está en las personas. Este cambio de escenario que presenta la economía del conocimiento respecto a la anterior era industrial, conlleva que sea necesario afrontar el desarrollo de las empresas, de sus trabajadores, desde la óptica del saber hacer, de aportación de valor y diferenciación.
De aquí que los tradicionales planes de formación evolucionen hacia planes de desarrollo personales y organizacionales, y que los responsables de personas y los decisores en las empresas deban “desaprender” las prácticas del pasado e interiorizar un nuevo enfoque de la formación y desarrollo de competencias de trabajadores.
Los planes de desarrollo de cada empleado deben formar parte de la estrategia de la empresa y la formación considerarse una acción más que, además de ser oportuna, debe ir acompañada de otras acciones encaminadas a la reducción del déficit competencial existente: aplicaciones en puesto de trabajo, acciones de entrenamiento, supervisión y tutela por parte de personas que poseen el nivel de competencia a alcanzar…
En este contexto, la evaluación de la eficacia de la formación debe considerarse en términos de aumento de capacidad y competencias del empleado y del aumento de la eficacia y productividad en los trabajos que realiza. Este aspecto es una fuente de aprendizaje muy importante para los mandos y responsables de desarrollo de la empresa. Permitirá poseer criterios de decisión en un futuro que impactarán en la rentabilidad de la inversión que realiza la empresa en el aumento de su capital humano.
Con este enfoque de desarrollo de competencias el Instituto Andaluz de Tecnología (IAT) ha diseñado su oferta formativa para 2013, “convencidos de que la confluencia de la formación continua con el desarrollo de competencias impacta directamente sobre el aumento de productividad y competitividad de las empresas”.