Joaquín Moya-Angeler
Joaquín Moya-Angeler

Cuando los chinos escriben la palabra crisis, utilizan dos ideogramas: uno significa peligro y el otro, oportunidad. La innovación nos permite aferrarnos a la segunda y superar el miedo con el que nos atenaza el primero. No podemos caer en el desaliento por la prolongación de la crisis más allá de lo que esperábamos o deseábamos. Aunque no se divise el horizonte una reactivación económica definitiva, es imprescindible continuar trabajando con convicción. Hemos comprobado cómo, efectivamente, los sectores más intensivos en tecnología, como las TIC o la biotecnología, están soportando mejor los envites de la recesión.

La caída del gasto español en I+D en 2011 por primera vez desde que se registran estos datos es una reciente mala noticia que no podemos permitirnos que marque un cambio de tendencia. Nos enfrentamos a un momento decisivo en el que las cotas de bienestar alcanzadas dependen en gran medida de la capacidad de la economía española para ser competitiva en el mercado global. Nuestros productos y servicios sólo se abrirán paso si conseguimos innovar para otorgarles un elemento diferencial que les permita ser elegidos en medio de multitud de competidores, en muchos casos más baratos.

En ocasiones, el éxito de una innovación puede parecer fruto de la casualidad o el capricho. Del origen del mítico Walkman de Sony hay diferentes versiones e incluso un inventor brasileño que reclamaba su autoría y logró alcanzar un acuerdo con la compañía japonesa. Unos sostienen que fue un encargo directo de uno de los fundadores de Sony que quería escuchar ópera mientras hacía footing o en sus viajes y otros cuentan que surgió cuando la compañía intentó hacer una versión estéreo de una grabadora para periodistas con un solo auricular (el “pressman”). Sucedió que, al incorporar los nuevos circuitos, no quedó espacio para la función de grabación, con lo que resultó un reproductor portátil de cintas de audio que necesitaba de auriculares. Los ingenieros lo consideraron un fracaso, pero utilizaban el resultado para escuchar música en el laboratorio. El entonces presidente honorario de Sony, Ibuka, lo escuchó casualmente y pensó que podía venderse.

En julio de 1979, se pusieron en el mercado 30.000 unidades que se vendieron en apenas dos meses, diez años después se habían vendido 50 millones de unidades y en 1995 se alcanzó la cifra de 150 millones. Podría llamarse casualidad, pero quizá sea mejor llamarlo innovación sumada a instinto y capacidad comercial. Sea cual sea la verdadera historia, el resultado es que Sony llevó al mercado una innovación: la posibilidad de escuchar música en movimiento y en cualquier parte y sin molestar a terceros. Si no hubiera continuado investigando e incorporando invenciones para mejorar hasta sus productos más modestos, quizá este éxito de mercado e icono de los 80 nunca habría llegado.

La innovación exige la constancia del corredor de fondo. Para cosechar resultados, es fundamental una apuesta persistente. Andalucía y el conjunto de España han realizado un gran esfuerzo en los últimos años: entre 2005 y 2011 y como resultado de un fuerte impulso público, el gasto en I+D de las empresas andaluzas se ha incrementado un 76%, mientras que el de las empresas españolas lo hizo un 35% en el mismo periodo (INE). Ahora es más decisiva que nunca la capacidad para apalancarse en este esfuerzo y no dejar caer los logros por la borda.

En momentos de recortes e incertidumbre crediticia como el actual, representa una oportunidad el nuevo Programa Marco europeo Horizonte 2020. Las empresas andaluzas deben prepararse para competir por la financiación europea en un nuevo entorno de cooperación y consorcios internacionales que es a la vez un reto y una oportunidad para internacionalizarse. Son tiempos difíciles, pero la I+D+i es sin duda una de las llaves para la recuperación de una economía sólida y competitiva.

Joaquín Moya-Angeler, presidente de Corporación Tecnológica de Andalucía (CTA)