Si Davos es una bolsa de cotizaciones sobre el poder y la influencia internacional, España viene cotizando históricamente muy por debajo de su realidad económica, política y cultural. Basta con ver la lista de los participantes y sobre todo de las  intervenciones públicas en la que ciudadanos españoles figuran en los paneles de discusión o en la moderación de los debates: muy pocos banqueros, escasísimos empresarios, algunos economistas y poco más. Suelen estar siempre, naturalmente, los que cuentan internacionalmente: Joaquín Almunia, aún comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, que ha tomado posesión de la cartera de Competencia; Jaime Caruana, director general del Banco Internacional de Pagos de Basilea, y naturalmente algunos de los ministros vinculados a los temas del Foro: este año la vicepresidenta Elena Salgado.

Dinero, peculio, pasta, guita, plata, parné. Ésa es la quintaesencia de Davos. Ésa y una buena dosis de poder, un olfato increíble para detectar tendencias, para adivinar quiénes serán los próximos triunfadores y hacer sangre con quienes pierden el tren. Davos es darwinista. Implacable. El foro dedica su tiempo a las potencias y a los que vienen pegando fuerte: China, India, Brasil. Y se ceba con los perdedores de la crisis: Grecia, Islandia, Portugal, Irlanda, España. Cuando alguien busca a un país con problemas, ésas suelen ser las víctimas propiciatorias.

El presidente del Gobierno español y de turno de la Unión Europa, José Luis Rodríguez Zapatero, participó el día 28 de enero, en el Foro Económico de Davos con dos intervenciones. La primera sobre la crisis financiera en Europa y la segunda sobre la gobernanza mundial. En ella Zapatero desafió el pesimismo que transpira Davos, en espacial el gurú Nouriel Roubini,  que considera a la economía española una amenaza para la eurozona. Zapatero trató de combinar marketing y hechos en su defensa: aportó un mensaje contundente y, a la vez, anunció la presentación de un plan de austeridad de 50.000 millones de euros para enderezar el déficit público y el primer esbozo de la revisión del sistema de pensiones.

Roubini y Zapatero presentaron en Davos dos visiones opuestas de España: pavorosa, casi sádica, la del primero; suave e indulgente, la del segundo. Seguramente la economía española se encuentra en algún punto entre esos extremos, un punto que Davos escruta con atención. El Foro Económico es una suerte de Bolsa donde  cotizan personajes, empresas e incluso países. El veredicto es que la economía española cotiza a la baja. En fin: Davos está más cerca del economista Roubini que de Zapatero, aunque España no haya sido el epicentro de los debates. El paro alcanza el 20% de la población activa, un déficit público galopante y la constatación de que saldremos del túnel más tarde no ayuda a ofrecer una visión optimista, todo ello unido al nerviosismo de los mercados  por el miedo al contagio de la crisis griega, hace que la economía española tenga un serio problema de credibilidad.

El presidente del Gobierno rompió el jueves 28 de enero una trayectoria  de años de ausencia en Davos. Pero se llevó para Madrid la elección de Davos bien aprendida. Al día siguiente anunció un programa de medidas económicas tendente a equilibrar la economía española: plan de austeridad, pensiones y mercado laboral, para marcar distancia con la crisis griega. Estas reformas son las lecciones aprendidas por Zapatero del Foro Económico de Davos del 2010.