Al terminar la II Guerra Mundial, Europa se encontraba en una situación desesperada. La producción económica se había reducido a sólo el 20% de lo que fuera antes de la contienda. La mayoría de los países estaban en bancarrota. Los bombardeos habían destruido ciudades enteras y gran parte de las infraestructuras terrestres. Enormes masas de refugiados y de personas desplazadas se movían por el continente y una aguda escasez de alimento azotaba a la población.

En 1945 no existía duda acerca del enorme poder de los Estados Unidos (EE.UU.). Su fuerza militar había sido decisiva para el fin de la guerra. La explosión de las dos bombas atómicas sobre Japón confirmaba su proeza técnica y la superioridad militar. Durante la guerra, la economía norteamericana creció hasta el punto de que representaba el 50% del Producto Interior Bruto (PIB) del mundo, poseía el 80% de las reservas mundiales de oro, producía la mitad de las manufacturas del mundo y su moneda, el dólar, se convirtió en el pivote del sistema monetario y comercial internacional.

En este escenario, el principal motivo de preocupación de EE.UU. era la nueva amenaza que significaba la URSS (antigua Rusia). Por eso el primer objetivo de la política exterior norteamericana fue la contención de la expansión del comunismo. En marzo de 1947 el Gobierno de EE.UU. se opone al comunismo en Grecia y en Turquía. Pero también preocupaba a los dirigentes de EE.UU. que si la economía europea se desplomaba, la economía norteamericana caería en picado. Los estadounidenses no podían vender nada a una Europa en quiebra. Así, en junio de 1947, el secretario de Estado, George Marshall, diseña un Plan destinado a aportar sumas considerables de dólares a la economía europea, con el fin de restaurar la prosperidad y reducir las oportunidades políticas del comunismo en Europa Occidental. Este plan (Programa de Recuperación Europeo) es expuesto públicamente por George Marshall en un discurso pronunciado en la Universidad de Harvard. Éste será conocido popularmente como Plan Marshall.

La necesidad de contener el comunismo, eje de la política exterior del presidente de EE.UU., Harry Truman, hizo posible vencer las enormes resistencias estadounidenses a esta iniciativa económica sin precedente. Uno de los fundamentos del Plan Marshall se encontraba dentro de la Doctrina Truman, que proponía el apoyo de los EE.UU. a las naciones democráticas amenazadas por el enemigo externo (URSS) o interno (partidos comunistas), declarándose así la capacidad de EE.UU. de fomentar políticas oficiales de cooperación al desarrollo y un creciente poder de intervención en el plano internacional.

Otra de las importantes motivaciones para el impulso de esta ayuda la constituyó la debilidad económica de Europa Occidental tras el periodo inmediato a posguerra y la temida amenaza de un supuesto control de la URSS sobre la totalidad del continente.

Fue precisamente el golpe de estado comunista en Praga, en febrero de 1948, lo que facilitó la aprobación del Plan en el Congreso norteamericano el 2 de abril de 1948. El objetivo de EE.UU. era conjurar los peligros que se cernían sobre las democracias occidentales europeas y reconstruir  una Europa económicamente sólida que fuera un contrapeso al expansionismo soviético. La ayuda, tras el recorte aplicado por el Congreso al proyecto de Truman, ascendía a 13.325 millones de dólares de la época para el periodo 1948-1952, de los cuales el 85% eran donaciones. Esta cifra equivale, en la actualidad, a unos 80.000 millones de dólares. Se trataba de un masivo programa de ayuda a todos los países europeos, aunque se determinó que para recibirla era necesario crear mecanismos de colaboración económica entre los beneficiarios. Este hecho precipitó la negativa de Stalin (URSS) a aceptar el Plan, forzando a todos los países que habían caído bajo su esfera de influencia a rechazar la ayuda.

El dinero del Plan Marshall fue transferido a los gobiernos europeos, aunque la administración era conjunta con un organismo norteamericano, denominado Administración para la Cooperación Económica (ACE). Había un comisario de la ACE en cada capital europea, generalmente un empresario estadounidense, que aconsejaba al gobierno sobre la forma de gastar los fondos. La ayuda se concedía en forma de préstamos y donaciones. La mayor parte de esta ayuda se destinó a modernizar los equipos industriales, reconstruir las zonas devastadas por la guerra y reorganizar las infraestructuras viarias. Los mayores receptores de los fondos fueron Gran Bretaña (24%), Francia (20%), República Federal Alemana (11%) e Italia (10%). Los EE.UU. por su parte, pudieron exportar hacia Europa parte de sus excedentes agrícolas e industriales y, a través, del control de las inversiones favorecieron la penetración de los capitales y empresas estadounidenses en Europa y sus colonias para evitar el desarrollo de iniciativas que perjudicaran los intereses de las empresas americanas.

La gestión de la ayuda generó la primera coordinación europea entre los 16 países beneficiarios (Francia, República Federal Alemana, Italia, Grecia, Gran Bretaña, Portugal, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Austria, Irlanda, Islandia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Turquía) con la creación de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Su aplicación fue un éxito total. Europa vivió entre 1948 y 1952 el periodo de crecimiento económico más rápido de su historia y la producción total de bienes y servicios superó en un 28% en 1952 el nivel de 1938. El Plan Marshall levantó a Europa de las ruinas y la devastación causadas por la II Guerra Mundial. Sin el Plan, la Unión Europea, la reunificación del continente, la Europa del bienestar y políticamente estable, no habrían sido posible.

Los efectos económicos producidos por la puesta en marcha del Plan Marshall en Europa podrían resumirse en la estabilización económica de Italia y en un importante impulso de la reactivación económica en general, lo que se tradujo en la transformación del capitalismo europeo me-diante la exaltación de la productividad. Asi-mismo, la economía europea adquirió cierta uniformidad debido a la adopción del dólar como patrón monetario. En el campo político, el Plan Marshall contribuyó al restablecimiento de la democracia en Grecia y a su vez impulsó a Europa Occidental a trabajar en conjunto para lograr mayores beneficios y conseguir una reconstrucción europea más eficiente, lo que quedó plasmado en la formación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en 1951 y posteriormente en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1957. 

El Plan Marshall vino a dividir a Europa en dos: la occidental que va a iniciar un rápido crecimiento económico y la oriental, sometida a la URSS y que va a tener grandes dificultades de desarrollo. La excepción a esta regla fue la España de Franco a la que se le negó la ayuda por el carácter fascista de su régimen político. La respuesta de la URSS es la creación en septiembre de 1947 del Kominfom (Oficina de información de los partidos comunistas y obreros). Este organismo tenía como finalidad coordinar y armonizar las políticas de los partidos comunistas europeos.

Este Plan de cooperación económica se extendería, además a la creación de otro tipo de alianzas en Europa que involucraban también el ámbito militar, con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada en 1949 como una organización defensiva por los EE.UU. y sus aliados europeos con el fin de prestarse ayuda militar en caso de agresión, siendo además un Tratado que proporcionó un marco para la cooperación militar contra un enemigo común (URSS).

El recrudecimiento de la Guerra Fría y el inicio de la Guerra de Corea, junto con la oposición del Partido Republicano en el Congreso pusieron fin, en 1952 al Plan Marshall.