Antes de las vacaciones nadie pensaba o se imaginaba que el verano, sobre todo el mes de agosto, iba a hacer sudar al mundo de las finanzas. Todo apuntaba que la economía mundial iba a seguir por la tranquila senda del crecimiento sin grandes sobresaltos. De repente, en pleno mes de agosto la economía norteamericana nos sorprende con la crisis de las hipotecas subprime o de alto riesgo (también llamadas basura). La crisis que vive el mercado hipotecario en EE.UU. y que se ha extendido parcialmente al resto del mundo como consecuencia del proceso de globalización e interconexión de la economía mundial, tiene su origen en los abusos que se cometieron durante el boom del negocio inmobiliario a comienzo de la década. Pero los primeros síntomas de la enfermedad no empezaron a aflorar hasta hace un año, cuando se empezaron a revisarse las condiciones de las hipotecas y se empieza a enfriar el negocio inmobiliario. Por tanto, estamos asistiendo al impacto retardado de la explosión de la burbuja inmobiliaria y crediticia. A medida que las pérdidas van apareciendo, los bancos y los fondos de inversión tienen que reconocer las perdidas. Su impacto sobre la economía puede ser importante si el proceso no acontece de forma gradual.

La crisis hipotecaria subprime en EE.UU. se ha producido por la combinación de la bajada de los precios en el mercado inmobiliario y la existencia de ciertas capas de población muy endeudadas que no puede atender los pagos por falta de ingresos por trabajo y por una subida rápida de los tipos de interés. Esta población a la que nadie debería haber prestado dinero, pero a la que bancos e intermediarios ofrecieron créditos para obtener comisiones de apertura elevadísimas, todos en la alegre esperanza de que, si había un pequeño problema laboral la propiedad se vendería y los préstamos nunca quedarían fallidos.

Esta crisis hipotecaria se ha trasmitido a los bancos de inversión y estos a su vez a las bolsas, castigando con bajas importantes a las empresas inmobiliarias, constructoras y bancos

La burbuja inmobiliaria explotó en EE.UU. pero la burbuja crediticia es global. La experiencia del año 2000 en este sentido es importante: la burbuja del Nasdaq (índice bursátil de la bolsa de Nueva York) explotó en EE.UU. pero la crisis de confianza y la consiguiente reducción de la inversión fue un fenómeno global. Claramente, los bancos e instituciones financieras europeas han participado en la burbuja crediticia y están sufriendo las consecuencias.

Existe una dispar interpretación de la crisis y sus consecuencias económicas. En un extremo se sitúan los que consideran que los efectos de ésta será limitado (temporal, sectorial y territorialmente). Basan su creencia en que el origen de la crisis se encuentra en la hipotecas subprime de EE.UU. y estas representan sólo el 7 % del stok de hipotecas de aquel país. En el otro extremo opuesto se sitúan aquellos que consideran que estamos en el alba de una crisis económica en toda regla, de la que el affaire de las hipotecas subprime sería la punta del iceberg. Se basan en el efecto expansivo a los mercados del problema a través de la titulación. Apoyan sus argumentos en varias circunstancias ya acaecidas: crisis de las entidades hipotecarias norteamericana, contagio a las entidades europeas (Paribas/Francia; IKB y Sacasen LB/Alemania; Northern Rock/Reino Unido) y a las de otros continentes, sobre todo a bancos chinos, y caída generalizada de los mercados bursátiles y pánico de los inversores ante un futuro incierto.

La respuesta de las instituciones financieras, sobre todo, la Reserva Federal norteamericano (FED) y el Banco Central Europeo (BCE) a la crisis ha sido inyectar liquidez al sistema financiero, descenso de los tipos de interés o mantenimiento de los mismos para transmitir confianza a los inversores, a las bolsas y a los consumidores.

Una de las conclusiones más clara de la crisis es que en una economía cada vez más globalizada, un contratiempo aparentemente local como el estallido de la burbuja inmobiliaria de EE.UU. ha extendido sus efectos por todo el mundo. Las turbulencias que han sacudidos a las bolsas internacionales durante estos dos últimos meses pasarán factura, en mayor o menor medida a los inversores, bancos, empresas y consumidores. Todo lo sucedido ya tiene consecuencias en aspectos cruciales de la economía: bajada de los tipos de interés en los EE.UU. y mantenimientos de los mismo en la UE; propagación de la crisis a las bolsas mundiales; falta de previsión para anticiparse a la crisis; fallo en el sistema de evaluación de riego, ralentización del crecimiento económico; intervención y reforzamiento del papel de los bancos centrales (FED y BCE), etc.

Esta crisis también ha creado una gran tensión entre los socios de la Unión Europea y el presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet. El presidente francés, Nicolás Sarkozy acusa al presidente del BCE de favorecer a los especuladores con sus inyecciones de liquidez en los mercados financieros sin bajar al mismo tiempo los tipos de interés. En el fondo de esta polémica sobre los tipos de interés subyace el problema de que Francia los considera demasiado elevados para impulsar su crecimiento económico. Paris estima que unos tipos altos encarecen el euro y frenan sus exportaciones y competitividad

La crisis hipotecaria-financiera que estalló en el mes de agosto en los EE.UU. llama a la puerta de la economía real. La cuestión que se plantean los países más desarrollados y sus gobiernos es saber hasta que punto se verá afectada la economía real: aumento del paro; efectos sobre el crecimiento económico; subida/bajada de los tipos de interés; descenso del consumo; endeudamiento de las familias; incidencia en la financiación de las empresas y sus procesos de fusión… etc. En los próximos meses veremos en que medida la crisis afecta al crecimiento y a la actividad económica futura.

juan.rodriguez@uca.es