Uno de los rasgos que caracteriza a la globalización es que tanto la producción de bienes como la prestación de servicios pueden producirse en un lugar y pueden distribuir las diferentes fases del proceso de producción en distintos países de acuerdo con las ventajas comparativas que ofrezcan cada uno de los territorios. Estas características fomentan la proliferación de nuevos procesos comerciales y de inversión en el exterior, así como las dinámicas de deslocalización de empresas.

Deslocalización, relocalización, desinversión, offshoring o outsourcing son palabras que designan un fenómeno creciente que ha reaparecido con fuerza en los últimos años y que supone mucho más que un simple cambio de sede de una planta industrial o una actividad productiva de una empresa.

La deslocalización, por tanto, no es nueva, se viene haciendo desde tiempo atrás y podemos distinguir dos tipos de deslocalización: la primera a nivel interno de las empresas, mediante el impulso de la creación de filiales en el exterior (deslocalización cautiva); y la segunda, mediante la externalización o subcontratación de una parte de la producción de los servicios por parte de un tercer proveedor extranjero (subcontratación deslocalizada). La deslocalización tiene su origen en la ampliación de los mercados que ha conllevado la globalización y que ha permitido que se refuerce la competencia internacional y se fomenten los intercambios de bienes, servicios, capitales, conocimientos, tecnología, etc. entre países. Esto permite a muchas empresas reducir costes directos e indirectos desplazando sus plantas a otros lugares o recurriendo a los suministros de otras compañías establecidas en el extranjero, donde la mano de obra acaba siendo más barata.

Estos cambios han producido inquietud en el conjunto de la sociedad española y, en particular, en la andaluza donde este proceso se ha sentido con más intensidad: España registró entre 1990 y 2004, un total de 130 casos de deslocalización industrial. A lo largo de la década de los setenta España comenzó a recibir numerosas inversiones extranjeras, responsable de la creación de muchas empresas y miles de puestos de trabajo. Este fenómeno contribuyó decisivamente al    desarrollo económico español. En la actualidad, estas mismas multinacionales deciden deslocalizar su producción a mercados emergentes, como China donde la mano de obra es hasta diez veces más barata.

En España, el fenómeno de la deslocalización se enfrenta a diferentes fortalezas y debilidades. Por un lado, su situación dentro de un mercado amplio como la Unión Europea, su buen crecimiento económico gracias a una mano de obra cualificada y a la disponibilidad de capital, y su sólido tejido empresarial fortalece a España ante este fenómeno. Por el contrario, su especialización en productos tecnológicos medio-alto (limitado al automóvil) y bajo (sectores de exportación) son su debilidad frente a este fenómeno.

Pese al crecimiento económico que se ha experimentado en los últimos años, España no ha intensificado sus ventajas comparativas ante países de mano de obra barata, ni ha mejorado su posición con respecto a los países con tecnologías avanzadas. La consecuencia inmediata de todo ello es que la deslocalización ha sido, es y será un proceso inevitable, necesario y positivo para la economía española, aunque se deba acelerar el paso en la vía del desarrollo basado en el capital humano, tecnología e innovación.

El mayor o menor efecto que provoque este proceso de deslocalización dependerá además de la flexibilidad del mercado de trabajo, de su naturaleza, de la estructura productiva de la zona a la que afecte, a su especialización y de la diversidad de su tejido productivo, así como de la competencia en los mercados de bienes, etc.

Muchos gobiernos, instituciones económicas y sociales y territorios se han planteado hacer frente a las amenazas de las deslocalizaciones mediante una serie de medidas: a) rebajar los coste salariales; b) implementar políticas industriales activas e innovadoras; c) utilización de políticas fiscales; d) actuar sobre los tipos de cambio; e) endurecer las normas a aplicar a las empresas que se deslocalizan; f) reformar las normas laborales internacionales y desarrollar la negociación colectiva en el ámbito internacional; g) favorecer políticas de investigación e innovación.

Por tanto, el éxito de un territorio o región en término de desarrollo económico y de capacidad de atracción de inversión y retención de empresas se debe a un conjunto de factores complementarios tales como la eficiencia de los mercados y el grado de competencia, stock de capital humano, capacidad de generación de conocimiento en centros de investigación avanzados, calidad de las infraestructuras de servicios (transporte, comunicaciones, etc) disponibilidad de canales de financiación adecuada, sistema fiscal eficiente, calidad de vida, grado de desarrollo de las TIC, políticas y esfuerzo en I + D, etc.

A medida que los fenómenos de traslados de producción de un país a otro comienzan a ser más frecuentes, los niveles de preocupación empiezan a aumentar. De una parte, se cuestiona parte del proceso de internacionalización y se alientan manifestaciones en contra; y de otra parte, crecen las inquietudes en torno a la fortaleza y base económica del territorio, que se ve afectado en sus márgenes de vulnerabilidad y dependencia. De ahí que la deslocalización sea un proceso que contempla el cierre de empresa en un lugar y que se abre en otro territorio para producir los mismos productos, con el objetivo de abastecer y suministrar a idénticos mercados.

Andalucía y aquellas regiones con menores índices de eficacia productiva deben estar preocupadas por este fenómeno: Varias razones deben ser tomadas en consideración. De una parte, nuestras empresas tienen que aumentar su productividad para evitar competir con otras que poseen menores costes; en segunda, nuestro territorio debe ser atractivo y seductor para evitar el desvío de la inversión; y, en tercer término, la mayor diferenciación de productos y bienes radica en  la incorporación de ganar calidad y ello solo se consigue apostando por la cualificación de los operarios y por el uso de la tecnología. En suma, Andalucía no debe apostar por una competencia y productividad vía bajos salarios, sino por un incremento en la calidad de los productos, diferenciándose del resto de la competencia e incorporando tecnología para poder abarcar aquellos nuevos mercados de renta alta.

La mejor forma de combatir la deslocalización es mejorar en el posicionamiento de las empresas en los nuevos mercados. Solo una apuesta firme, robusta y continuada puede hacer torcer el rumbo de los acontecimientos. El capital es móvil y fluye a mayor velocidad que la producción de bienes y del propio intercambio de productos y busca lugares de mayor rentabilidad a corto plazo. La cuestión radica en propiciar un ámbito de acogida o crear una atmófera positiva en el territorio o región.

Por tanto, no se puede dificultar el ajuste laboral, la creación de nuevas empresas y el progreso tecnológico que provoca  el creciente proceso de globalización y mundialización de la economía. En definitiva hay que aprender a vivir con ella sin bloquearla ni retrasarla.