“Hay que derribar las barreras que no hayan sido puestas por la razón” (Diderot)

Cuando se cumplen 300 años de la muerte de Diderot, conviene echar una mirada a la segunda mitad del siglo XVIII en Francia, período que se distingue por una lucha violenta en la que los ataques del partido filosófico desmoronan el antiguo régimen y crean la mentalidad revolucionaria con la entrada en escena, hacia 1750, de una nueva generación de pensadores, “impacientes, audaces, consagrados a lo que ellos llaman la verdad” (Lanson-Truffau) y dispuestos a derribar todos los obstáculos que se les opongan: Diderot, Rousseau y Voltaire. Excluyo deliberadamente a Montesquieu, quien se debatía entre el racionalismo del jurista, que atribuye valor creador a la inteligencia humana, y el materialismo del hombre de ciencia, que cree en el determinismo absoluto.

Miguel Fernández de los Ronderos
Miguel Fernández de los Ronderos

Los defensores del orden político y religioso eran numerosos y considerables por su situación temporal; pero su valor intelectual era en general mediano. Frente a ellos el partido filosófico estaba organizado y disciplinado. El filósofo ya no es sólo aquel que estudia las relaciones de las causas y de los efectos, sabio en el terreno moral, sino el escritor, el pensador, el defensor de causas perdidas, que se confunden en la misma persona. Con las luces nace, pues, un concepto moderno del escritor, convertido en punta de lanza de una intelligentsia consciente de su fuerza y de sus deberes para con los demás. A falta de un “partido” de los Filósofos comparable a las sociedades políticas o religiosas, se crea una poderosa corriente de ideas favorecida por las oposiciones reaccionarias de las prisiones o de la censura. Hombre antes que escritor, el filósofo se siente movido por el “amor a la sociedad” y por el deseo de “ser útil”, por lo cual la literatura se convierte en un arma de combate para el desarrollo de una conciencia de clase burguesa.

Primogénito de una familia católica acomodada, Denis Diderot estaba destinado por los suyos a la vida eclesiástica y tras unos años indisciplinados en los Jesuitas, prosiguió brillantes estudios en el Collège d’Harcourt. Tras licenciarse en arte, aprendió derecho, pero sintiendo deseos de conocer mundo, decidió huir, llevando una existencia bohemia en París; para subsistir hubo de recurrir a toda suerte de oficios, frecuentó los cafés literarios y entabló amistad con Rousseau, Grim y d’Alembert. Tras una estancia en prisión y un matrimonio poco afortunado, aborda la redacción de la Enciclopedia, tarea ingente que va a absorberle durante veintisiete años, “suavizados” por la compañía de Sophie Volland y alternados con la redacción de diálogos y relatos, algunos de ellos póstumos, como La religiosa y El sobrino de Rameau. Invitado por la emperatriz Catalina, que había adquirido su biblioteca y cuya generosa pensión le permitirá en lo sucesivo ignorar las preocupaciones pecuniarias, Diderot reside una temporada en San Petersburgo. Sin embargo, tantos años de trabajo abrumador, consumen su robusta naturaleza, falleciendo en 1784. El análisis de lo que representó la Enciclopedia queda -con la venia del lector- para un próximo artículo.

Miguel Fernández de los Ronderos

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