Cultivar y promover la inteligencia, entendida como capacidad para generar y transmitir nuevos conocimientos, es la medida más inteligente que una sociedad puede adoptar. Así lo considera la Comisión Europea, que centra el relanzamiento económico de los países de la Unión tras la crisis en unas estrategias de innovación para la “especialización inteligente”.

Antonio Ramírez de Arellano
Antonio Ramírez de Arellano

La mayoría de los estados europeos entienden que tan importante es encontrar el camino para salir cuanto antes de la recesión económica como hallar la fórmula válida que garantice, una vez superada la crisis, un crecimiento sostenible y duradero. Elementos fijos de esa fórmula de progreso son el conocimiento y la innovación.

El programa de cohesión diseñado por la Comisión Europea para el sexenio 2014-2010 desarrolla las mencionadas estrategias de innovación nacional y regional para la especialización inteligente (estrategias de RIS3), consistentes en agendas integradas de transformación económica territorial que se ocupan de cinco pilares fundamentales.

El primero de ellos, y el más importante, es convertir la innovación en una prioridad para todas las regiones de la Unión Europea. El objetivo es invertir en todos los estados miembros en investigación, innovación e iniciativa empresarial. La Europa 2020 precisa que los responsables europeos consideren la interrelación de los diferentes aspectos del crecimiento inteligente, sostenible e integrador.

La RIS3 respalda la creación y el crecimiento de trabajos basados en el conocimiento no solo en los principales centros neurálgicos de investigación y desarrollo, sino también en las regiones rurales y menos desarrolladas de la Unión Europea. Es decir, el conocimiento debe ser la base tanto del progreso, como de la cohesión y la articulación territorial de la Europa comunitaria.

Las Universidades desarrollan un papel esencial tanto en la fase de diseño y elaboración de dichas estrategias inteligentes, como en la propia puesta en marcha de los instrumentos de especialización necesarios. Para ello se precisa que los gobiernos sean conscientes de que es ineludible apostar por la calidad de nuestra educación superior, por la investigación y por la transferencia de conocimientos.

Sólo unos pequeños datos referidos a la Universidad de Sevilla bastan para adivinar la potencialidad de los centros universitarios como generadores de riqueza y progreso social en sus áreas de influencia. Somos la primera universidad española en creación de patentes (cien sólo este año) y la primera andaluza en contratos de investigación, en captación de fondos europeos y en creación de empresas con base en el conocimiento generado en la universidad. Este año las empresas han contratado tecnologías y conocimientos nacidos en la Universidad de Sevilla por más de 20 millones de euros.

Si el concepto de Europa se gestó en las universidades, la cohesión y el desarrollo de la Unión Europea dependen en buena parte del trabajo que realicen las universidades para impulsar el crecimiento inteligente de los territorios donde operan. Lo lógico sería que en nuestro caso los gobiernos, tanto el de España como el de Andalucía, tuvieran la educación superior y la investigación como prioridades absolutas.

Más bien parece todo lo contrario, por cuanto se dificulta el acceso de los estudiantes a la Universidad, se paraliza la contratación de docentes e investigadores, y la investigación de debilita por falta de recursos. Paradójico resulta que se hable de cohesión y desarrollo europeo, y se devalúe el programa Erasmus de movilidad internacional, que ha cohesionado más a la Unión Europea que todos los tratados y organismos comunitarios.

A finales de noviembre pasado se presentó en la Biblioteca Nacional el informe La Universidad Española en cifras (2012), dirigido por el profesor Francisco Michavila. La conclusión final no puede ser más contundente: “Sin una financiación suficiente, y sin los recursos humanos adecuados, la Universidad española se alejará de su compromiso social y de las expectativas de los ciudadanos”.

Y si no cumplimos nuestros objetivos de formación de capital humano y de creación y transmisión de conocimientos, ello tendrá un efecto devastador sobre toda la sociedad. Y también sobre la idea de Europa y la misión internacional que le toca desempeñar a España.

Antonio Ramírez de Arellano, Rector de la Universidad de Sevilla