Hace ahora un año, en estas mismas páginas, escribía yo un artículo con el título ‘Algunas esperanzas para el 2013’. Me refería en él a la necesidad de un Pacto de Estado que contemplara los estímulos para la recuperación económica, la educación de calidad y el impulso a la I + D + i y a la internacionalización. La realidad de hoy es que el clima político continúa presidido por las tormentas de la crispación más que por la bonanza del consenso. Es verdad que hay dos aspectos capitales en los que existe un cierto acuerdo: la necesidad de corrección del déficit de las cuentas públicas y la reestructuración del sector bancario, si bien en ambos casos la causa es que la Unión Europea, como una maestra inflexible, ha metido en vereda a los alumnos díscolos. Por lo demás, la refriega en la educación es monumental; el I + D + i se sostiene por la clarividencia de empresas punteras, sin apoyo público significativo, y la búsqueda de nuevos mercados en el exterior es una aventura que emprenden los exportadores privados, como recurso inteligente y necesario ante la caída del consumo interno.
Aunque los indicadores macroeconómicos muestren una ligera mejoría, que permite mantener encendida la llama de la esperanza, es incuestionable que quedan pendientes asignaturas básicas de la gobernación, tanto central como autonómica. Consecuentemente entre los ciudadanos conscientes crece la irritación por la actitud de muchos políticos que, cual los conejos de la fábula, discuten si la amenaza que se les echa encima proviene de galgos o de podencos, descuidando la tarea de ponerse a salvo de la misma.
En los comentarios anteriores hay referencias a cuestiones económicas que afectan al cuerpo de la sociedad, que pueden concretarse en cifras que describen la situación de la producción, la evolución del paro, los flujos comerciales,… Pero la educación incide en lo que podríamos llamar el alma de la sociedad, sus circunstancias éticas. Aunque su evaluación no pueda realizarse con parámetros de fácil medición y los medios informativos no presten mucha atención a sus aspectos cualitativos, no debemos renunciar a potenciar los valores que nacen de ella y que son fundamentales para la convivencia en armonía y para la realización de los ciudadanos como personas.
La crisis económica, junto a sus evidentes consecuencias negativas, puede presentar una faceta positiva si nos decidimos a realizar una reflexión en profundidad, no solo sobre los erróneos fundamentos que potenciaron un desarrollo viciado por la especulación y el inflamiento artificial de burbujas insostenibles en el tiempo, sino sobre el deterioro paralelo de valores de nuestra civilización que hicieron del humanismo la clave del progreso ético de nuestra sociedad.
Es imprescindible y urgente emprender la restauración de estos valores, labor que en mi opinión debe estar presidida por unas ideas clave. En primer lugar, la conciencia cívica de que los derechos conquistados por la democracia son inseparables de las obligaciones correspondientes hacia la sociedad. La cultura del esfuerzo, cada uno en el puesto que le corresponda, y la solidaridad para paliar desigualdades, tantas veces escandalosas, son conceptos que deben formar parte esencial de la mentalidad de todos.
En segundo lugar, hay que contrarrestar los mensajes invasivos de la sociedad de consumo, que sobrevaloran la posesión y disfrute de bienes materiales frente al cultivo del espíritu, ya que es evidente que valores tradicionales, comunes a diversas religiones y a ideologías laicas, están en claro retroceso frente a los poderosos instrumentos de manipulación masiva de la población. La pérdida del equilibrio entre materia y espíritu, supondría el fracaso definitivo de nuestra condición humana.
Vuelvo a la educación. Los valores actualmente en situación de grave riesgo solo podrán ser recuperados si se inculcan en las primeras etapas de la vida, en las que se forja el molde de la personalidad adulta. Por eso termino apelando a la responsabilidad de los políticos, que deben culminar un pacto por la educación de calidad, el más necesario de todos. Está en juego el porvenir de las generaciones futuras.
José Luis García Palacios, presidente de Caja Rural del Sur