Me asusta que me hablen tanto de la palabra innovar porque temo que vaya a gastarse y no es por falta de fe, todo lo contrario, dónde estaríamos sin la evolución, usted y yo, lo hacemos todos los días mejorando inconscientemente los hábitos aprendidos y buscando controlar el tiempo que no tenemos; pero, como ocurre con las modas, veneramos las genialidades simplemente por la novedad y con ello inducimos a pensar que lo que veníamos haciendo era erróneo, sin pensar que si todos fueran geniales nadie aplaudiría y con ello se mataría el éxito de público que es la justificación de sus creaciones.

La explosión de los genios sirve para cambiar moldes y para replantear las cosas. El problema reside en que no hemos tenido tiempo de asumir la evolución reciente; de hecho, en menos de 100 años hemos pasado de ir a caballo a mandar turistas a la luna, por ello, no debemos caer en el pecado de innovar, sin entender por qué lo hacemos.

Está bien que existan genios como Ferran Adrià, pero no podemos cocinar todos con nitrógeno líquido ni sustituir la sartén por un sifón de gas o meter un laboratorio en la cocina. No caigamos en el tópico del snobismo innovador, pues de la mayoría de ‘máquinas domésticas’ que utilizamos, apenas aprovechamos un 10% de sus funciones, por tanto, lo nuevo es bueno pero lo clásico a menudo, también lo es.

Con la gestión de personas puede suceder algo parecido porque se nos llena la boca hablando de conocimiento, talento, ‘headhunters’ o liderazgo y, al final, resulta que la mayoría de la gente prefiere obedecer a mandar. Pocos renuncian a un tiempo de ocio para formarse. Se están conjugando ecuaciones imposibles como aumentar la productividad en base a trabajar menos o comprar el futuro sin poseer el presente. Hay directivos que siguen teorías de gurús imposibles de aplicar, ya que sólo pertenecen a las experiencias individuales de otros y, por tanto, para ellos, nunca serán lo mismo.

Es como aprender a jugar al fútbol con un video de Ronaldinho o Zidane. Descubres el resultado de una buena aplicación, pero si intentas copiarlo te das cuenta que sólo aprenderás según tu talento y equivocándote a menudo. Por suerte no todo es imitable.

La innovación es necesaria pero puede pervertirse como ocurrió con la dinamita del pobre Nobel -pobre por las consecuencias de su invento- o la energía nuclear, pues todo lo que ayuda en medicina se pierde al usarse como arma, simplemente, porque no venía el manual de uso. Lo cierto es que cada persona reacciona de forma distinta ante hechos nuevos como en la vida real. Es algo parecido al miedo, lo sentimos emocionalmente antes de que lo racionalicemos.

Naturalmente que todas la empresas tienen que innovar, aplicar nuevas tecnologías y crecer; pero todo ello debe hacerse a partir de las personas que deben aplicarlo y no al revés. La innovación por presión no funciona, de la misma forma que no funciona el código de circulación mientras no aprendamos a autolimitar la velocidad del coche. Sería como ir a la universidad sin haber estado en el instituto.

Concluiría parafraseando algo que oí hace tiempo y decía “innovarse o morir, pero morir no es una opción”. Yo añadiría que cuando se trata de innovar, sin que exista la base y la actitud necesaria para hacerlo, tampoco es una opción.

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