Decía Wittgenstein en un aforismo de su Tractatus que el mundo no es el conjunto de todas las cosas, sino de los todos hechos. Aunque las cosas mantengan su apariencia, vivimos el hecho de una transformación sin precedentes. El escenario es el de una estabilidad en Occidente favorecida por el final de la guerra fría y la formación de la Unión Europea. El guión de la obra lo marca un espectacular avance tecnológico ausente de signos de agotamiento. A los actores, el guión nos ha catapultado hacia una sociedad que apenas se reconoce en las trazas de su pasado.

Fabio Gómez
Fabio Gómez

¿Qué tecnologías han sido las culpables de la transformación? Sin duda las de la Información y Comunicaciones, toda vez que han dinamitado las barreras globales en los pocos años posteriores al cambio de milenio. Barreras al conocimiento, al intercambio cultural, a la propagación de noticias, al comercio, a las finanzas, a la acción política, a la cooperación, etc. Acaso reconocemos en este proceso una tercera revolución industrial. En el pasado el mundo fue un organismo dotado de un acompasado aparato circulatorio que distribuía recursos y noticias pausadamente entre sístole y diástole. Había cierta centralización, pero cada órgano desempeñaba su función metabólica con la única condición de un flujo sanguíneo sostenido. Repentinamente, toda la anatomía ha colapsado en un solo órgano, un cerebro ultrarrápido que mantiene todas sus partes dependientes del resto, una red neuronal de alto grado de interconexión. Esto ha complicado enormemente el mantenimiento del conjunto. Ya no funcionan tratamientos localizados ni trasplantes, pues no distinguimos las partes del todo. Abusando de esta metáfora, con el inicio de la democracia los andaluces nos creíamos un ser vivo autosuficiente. El ingreso de España en la UE nos relegó a la condición de órgano, que asumimos sin temor pues nos acogía un organismo cálido y bien irrigado. La crisis nos ha sacado de nuestro feliz estado mitocondrial y hemos despertado convertidos en neurona de aquel sistema nervioso. Nos sabemos interconectados y toda la vida pasa por las interconexiones. Estas conexiones se manifiestan en numerosos factores económicos: la prima de riesgo, la internacionalización de nuestras empresas, la expatriación de nuestros profesionales o la participación en las implantaciones locales de multinacionales. Sin embargo, la revolución de las comunicaciones ha acarreado otro fenómeno más sutil que en el mundo de la ingeniería recibe el nombre de realimentación de alta ganancia. Se trata de cambios profundos en las dinámicas socioeconómicas como consecuencia de la reducción drástica de los tiempos de acción y reacción de los agentes económicos interconectados a escala global. La sociedad ya no obedece a las mismas leyes.

Esto se puede ilustrar con un experimento casero: tratemos de llenar un pequeño vaso hasta un nivel deseado. En pocos segundos bajo un grifo lo lograremos, con cierta precisión. Intentémoslo ahora con una potente manguera: el exceso de caudal nos impedirá controlar el nivel y cuando se corte el vaso quedará casi vacío. La burbuja inmobiliaria cuyo pinchazo nos asola responde a este patrón: se inicia con un desequilibrio de mercado (vaso vacío) debido a cambios regulatorios, precios de la vivienda inferiores a nuestro entorno y tipos de interés bajos. En condiciones normales, esto suscitaría una movilización de capital (caudal líquido) que haría subir los precios hasta nuevos niveles de equilibrio entre oferta y demanda (vaso lleno). Sin embargo, la interconexión global y la inmediatez de reacción de los mercados financieros, debidas al nuevo contexto tecnológico, hacen que se movilice una cantidad incontrolada de capitales de origen global en forma de préstamos baratos, produciéndose un inevitable desbordamiento del vaso, con la sorpresa de que cuando el suministro se corta, éste vuelve a quedar vacío.

En resumen, el cambio tecnológico del milenio ha traído mucho más que bendiciones como Internet, multiculturalidad o avances democráticos. Las comunicaciones han fusionado lo que antes era independiente, en tiempo y en espacio. Este mundo fuertemente interconectado ya no puede funcionar igual que antes. No podemos esperar las mismas respuestas a los estímulos. En ausencia de retenes a estos procesos acelerados, una nueva manera de ver la economía y la política debe imponerse. Ignoro si podremos terminar por controlar los cambios, pues los problemas no solo han cambiado: han crecido en complejidad. Pero lo indudable es que no basta la acción local: hacen falta fuertes consensos internacionales.

Fabio Gómez-Estern Aguilar, director de la Escuela de Ingeniería de la Universidad Loyola Andalucía