El desarrollo tecnológico ha sido uno de los principales motores de cambio de la civilización humana y ha provocado importantes avances no sólo en la calidad y esperanza de vida sino también en la forma en la que nos relacionamos, trabajamos y entendemos la vida. La historia está llena de ejemplos que nos permiten analizar la influencia de la adopción de nuevas tecnologías en los cambios sociales, sin embargo, el cambio social más importante de la historia se está produciendo en la actualidad y a un ritmo vertiginoso. Por ejemplo, ya no entendemos la vida sin la telefonía móvil, que era de uso marginal hace 20 años. Es más, el teléfono ha adoptado nuevas funciones más usadas y utilizadas que la original que le da el nombre y que nos permiten estar conectados permanentemente. La velocidad de adopción de las tecnologías hacen que se creen nuevos negocios, nuevos puestos de trabajo y nuevos perfiles profesionales que además dotan de estabilidad a la economía, puesto que son menos sensibles a los ciclos económicos.

Todo ello ha provocado que en los últimos tiempos se haya puesto el foco en la capacidad de innovar de la sociedad y su capacidad de basar el modelo económico en la innovación. En nuestro país se está realizando un importante esfuerzo para conseguir subirnos a este tren de la innovación, aunque todavía son pocas las empresas que basan su modelo de negocio en explotar la tecnología que generan o menor aún el número de doctores contratados en las empresas.

La capacidad de crear y adoptar nuevas tecnologías de una sociedad depende de una gran cantidad de factores. Es necesario que existan personas con espíritu emprendedor, personas con formación de alto nivel, financiación, infraestructuras, cultura de la innovación, regulación legal estable, predecible y que favorezca este tipo de actividad, empresas tractoras que permitan una primera adopción de estas tecnologías, etc. En nuestro país tenemos la mayoría de estos ingredientes aunque es verdad que el marco normativo (Ley del Emprendedor) es de reciente creación y la financiación no es suficiente ni tiene la vocación de riesgo inherente a estos negocios.

Por ello debemos poner nuestros esfuerzos en mejorar aquello que nos falta. Es fundamental que las políticas de los diferentes gobiernos se alineen en la dirección correcta que permita que este cambio de modelo productivo sea una realidad. Es necesario que el número de doctores y tecnólogos que trabajan en el sector productivo se multiplique de forma exponencial. También es necesario que la inversión en las empresas innovadoras tenga los incentivos adecuados. Se debe huir de los tópicos como que tenemos una relación universidad-empresa débil. Sólo en la Universidad de Sevilla se realizan anualmente más de 500 proyectos de investigación contratada con empresas con una financiación superior a los 20 MM€ y más de 10.000 prácticas en empresas. Sin embargo, la relación de la Universidad con el mundo de la pymes debe reforzarse, desarrollando nuevos mecanismos de relación universidad-empresa más adaptados a la transferencia de resultados de investigación a este tipo de empresas.

Ramón González
Ramón González

Para que todo esto ocurra, las administraciones deben enfocar sus incentivos en esta dirección. Nos encontramos ante un cambio de modelo económico que se ha vuelto imprescindible debido a la crisis. La necesidad de invertir en I+D+i se hace fundamental. Pero para que ello sea posible, la sociedad y las administraciones deben reconocer la I+D+i como una política de inversión, no como una política de gasto. Hasta que no lo verbalicemos, no comenzaremos a creérnoslo.

Ramon González Carvajal, vicerrector de Transferencia Tecnológica de la Universidad de Sevilla