Que sepamos, desde la época de los griegos, el deporte ocupaba una importante actividad en la sociedad de aquellos tiempos. Muchas de las disciplinas deportivas practicadas se han conservado hasta nuestros días. Simbolicémoslas en la bella estatua del discóbolo del inmortal Fídeas. Otras disciplinas se han perdido, como la lucha grecorromana. Pero de lo que no hay duda, es que las Olimpiadas ocupaban un importante papel en la vida de los griegos y, por ello, en la economía del país. Hoy las peleas entre países por conseguir ser adjudicatarios de unas Olimpiadas a nivel mundial, llevan a invertir sumas millonarias, ya en la presentación de las candidaturas. Porque si te premian con la adjudicación, el negocio está hecho. Las sumas de dinero que se mueven en todos estos manejos nada tienen que ver con el deporte, aunque pueden contribuir con su popularidad y práctica ulterior. Ese es el caso de las instalaciones deportivas que se construyen y otras, que sin tener este fin, contribuyen a la mejora de las ciudades, donde se desarrollan eventos deportivos. Todo eso es negocio y tiene que ver con el desarrollo positivo de la economía. Las marcas que los participantes consiguen en las diferentes disciplinas deportivas demuestran una constante superación en las posibilidades del cuerpo humano, lo que causa nuestra admiración. Pero lo que causa nuestra condena es si para alcanzar dichas marcas se utilizan sustancias que llevan al cuerpo humano a esfuerzos fuera de su estado normal. Es decir al ‘dopaje’. Lo malo es que esta práctica se ha transformado en un grave negocio ilegal, en el que intervienen importantes sumas de dinero. Es esa la desgracia de la sociedad en la que vivimos, que el afán de ganancia implica prácticas que perjudican a quien las utiliza, por muy famosos que consigan ser. Es además un malísimo ejemplo para los millones de jóvenes que se afanan en el ejercicio del deporte. Por ello, el uso del ‘dopaje’ debe ser, con la máxima rotundidad, rechazada por toda la sociedad.