El campo andaluz es rico en productos, tanto por su calidad como por su diversidad. Hablamos de arroz y trigo, de fresas, fresones, de mandarinas y naranjas -recordemos las de Sevilla, origen del famoso y reputado  dulce inglés, de naranja amargas-, las aceitunas, productos de esos mares de olivos que son el paisaje típico del campo jienense y cordobés. Pero no nos olvidemos de las uvas, origen de famosos vinos como los de Jerez y los amontillados. Recordemos el algodón, y las hortalizas de cultivos en Almería, donde hoy se aplican innovaciones como el CO2.

Sin duda que nos dejamos en el tintero, más de otros productos, pero cabe preguntarse ¿qué hacer con toda esta riqueza? La respuesta que, modestamente yo daría es Innovar.

Con ello lo que quiero decir es aplicar en las diferentes facetas que implican la producción de todas ellas, aquello que la ciencia y la tecnología nos indica como adecuado para aumentar: calidad y productividad.

Lo que digo implica que los agricultores andaluces tienen que evolucionar en sus conocimientos, que tienen que dar pasos importantes en su desarrollo cultural, que les permita dominar nuevas técnicas. Lo que digo también implica que en Andalucía tienen que utilizarse a fondo -lo que hoy no se hace- centros de investigación, pegados a la tierra, que ensayen las innovaciones, unas producto de la experiencia, otras producto de los avances científicos. Hay mucho trabajo por delante. En primer lugar aprovechar los recursos que se tienen, lo que aún deja de ser una realidad, oír con atención, las iniciativas que me constan existen y no son oídas, buscar formas para elevar los conocimientos técnicos de los agricultores. Queda mucho camino que recorrer en la vía de la Innovación, para elevar la calidad y la productividad. Recorrámosle.