Escatología: Tratado de cosas excrementicias (DRAE)

Es más que probable que, al leer esta definición, el lector instruido recuerde aquella otra, mucho más aséptica, que dice así: "Parte de la teología que trata del destino final del hombre"; "conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba". Pero no es esta segunda acepción, infinitamente más abstracta y espiritual, tema de nuestro comentario, hoy, centrado en denunciar la chabacanería y la ausencia de talento creativo por parte de quienes, presumiendo de ingenio y manejando respetables sumas de dinero, inundan los espacios publicitarios de material escatológico.

La pregunta que nos hacemos es muy simple:   ¿Debe la publicidad, cuyo mensaje – se dice a modo de justificación – ha de dirigirse a un tipo de sociedad amante de la "sal gorda", someterse al dictado de tal mayoría o, por el contrario, debería establecer, al igual que sucede con otros  aspectos comerciales, determinadas pautas éticas, ciertos límites, digamos, a la procacidad y al mal gusto que caracterizan muchos de los anuncios? Son numerosos los  ejemplos que corroboran esta apreciación, especialmente aquellos que destacan, no por un estilo pomposamente llamado 'transgresor', sino, muy al contrario, por su repugnante ordinariez. Me refiero, concretamente, a la presencia habitual de imágenes escatológicas en la televisión, una moda relativamente reciente, adoptada también por algunos directores de cine que sienten predilección por filmar  en urinarios, retretes, letrinas y demás 'escenarios'.

Una de las  muestras más repulsivas de esta exquisitez publicitaria está protagonizada por un individuo – más próximo a la zoología que a la especie humana – confortablemente instalado en el inodoro y que, una vez "aliviado",  muestra la excelencia de determinada marca de papel higiénico. El sujeto en cuestión, con un sugerente tutú blanco, envuelve sus gráciles piruetas danzantes en la música de Chaikovski, quien ¡pobre de él!, jamás podría haber imaginado semejante destino para  sus inmortales y etéreos cisnes.

Pero no solamente la publicidad privada recurre a lo cutre, también la estatal – lo cual es aún más censurable -, que no tiene empacho en salpicar las escenas de maltrato doméstico de un lenguaje soez, a fin de que – pensarán los asesores políticos – el mensaje suene contundente y llegue con claridad al destinatario anónimo de la denominada "violencia de género", una expresión, por cierto, tozudamente repetida, que se empeña en confundir "sexo" con "género", lo que parece dar la razón a aquel ministro nazi, Joseph Goebbels, para quien una mentira repetida mil veces se convierte en realidad.

La falta de ingenio suele ser, asimismo, causa eficiente de publicidad zafia, como cuando aparece en pantalla un tipo de aspecto cretino, con gafas, ataviado de torero y al que clavan unas banderillas. Séase aficionado o no a la fiesta, la imagen, de pretendida comicidad, rezuma frivolidad y humor del peor.

Cambiando de tercio – permítaseme el símil  taurino -, no deja de sorprendernos la parla de algunos cronistas deportivos (el fútbol, en particular, da para mucho), quienes, obsesionados por la grandilocuencia, en detrimento de la sencillez, recurren a la metáfora – no siempre con fortuna, como veremos – para describir la actuación de los jugadores: "el equipo no supo controlar los tempos". Una consulta 'a tiempo' (todos las hacemos o, al menor, deberíamos) habría informado a nuestro bisoño redactor de que tempo – voz italiana, indicativa de "tiempo, movimiento o compás" – tiene como forma plural tempi (¡un director de orquesta debe saber manejarlos!), por lo cual es de suponer que se refería a los cambios de ritmo e intensidad en las diferentes fases del encuentro, que "finalizó con el resultado inicial", lo que, bien pensado, llevaría a plantearse la necesidad de haber jugado, puesto que 'resultado' es la consecuencia de un hecho. ¿Me explico?.

Este léxico sui generis se enriquece con aportaciones constantes, como 'encimar', acción encomendada a ese jugador-lapa al que su entrenador ha ordenado, tal vez con "palabras obscenas et non nada cristianas", que diría el clásico, acosar a su oponente, pues, como argumentaba un defensa, conocido por su 'contundencia': "No es plan de tratarle como si fuera tu madre", un eufemismo fácil de entender…