camachoTomo como punto de partida una doble experiencia personal. La primera, de mis comienzos como docente universitario a mediados de los años 70, cuando enseñaba ética empresarial en Córdoba, en lo que todavía no era Facultad de CC. Económicas y Empresariales. Algún amigo me preguntó qué enseñaba. Fue grande la sorpresa ante mi respuesta: ¿ética qué? ¿eso es posible? Dos décadas más tarde, en 1997, participé en Santiago de Chile en un seminario internacional sobre “Valores en tensión. Perspectiva europea y norteamericana”. Organizaba una gran patronal de aquel país. Intervino conmigo un profesor norteamericano, de los que entonces habían alcanzado cierto renombre como pionero de la Business Ethics. Su exposición fue presentada en un Power point, lo que fue no poca novedad para muchos. Y la síntesis de la misma fue tan sencilla como reiterativo su mensaje: “la ética es rentable”.

Esa doble experiencia refleja bien cómo han evolucionado las cosas desde mitad del siglo XX hasta hoy. Como toda experiencia personal, este contraste me ha hecho reflexionar mucho. Y mi conclusión es de un cierto escepticismo, que relativiza tanto una postura como la otra. Ni creo que la economía y la actividad empresarial no tengan nada que ver con la ética, ni me deja satisfecho esa fe ciega en la rentabilidad de la ética. Me explico.

La ética es una dimensión inherente a toda actividad humana, y la actividad económica o empresarial lo son. Es bien sabido que el ser humano no actúa con el automatismo de un animal ante las situaciones en que se encuentra. Es capaz de objetivar la realidad y tomar distancia de ella, considerar un abanico de alternativas para actuar, calcular los efectos positivos o negativos de cada una de ellas. Y todo eso lo hace en función de objetivos que tiene en su vida, y con una libertad que no es total y sin restricciones, pero que le permite optar en la mayoría de los casos. Eso, y no otra cosa, es un comportamiento ético: un comportamiento del que la persona puede rendir cuenta, ante sí misma o ante otros.

La actividad económica no está regida solo por el rigor de las leyes económicas, como a veces se quiere hacer creer, en nombre de un saber científico discutible. Porque las leyes económicas son leyes estadísticas, y estas dan una idea global de un conjunto innumerable de actuaciones, pero no se sigue de ellas que todo sujeto tenga que actuar exactamente así. En este sentido no son como las leyes físicas. Por ejemplo, cuando se tira una pelota para arriba, sea del tipo que sea, sabemos que terminará por caer. ¿Tenemos esta seguridad ante la reacción de una persona concreta ante una situación dada?

Son muchas motivaciones para actuar. Por eso nuestro actuar es ético. Pero hay motivaciones y motivaciones, unas más dignas que otras, y algunas totalmente reprobables. ¿Qué pensar de la rentabilidad como motivación?

Ante todo, que no siempre es verdad. No hay que ser un lince para ver cuanta gente se hace rica con comportamientos éticamente rechazables. Los medios de comunicación nos ofrecen cada día testimonios innumerables que suscitan la indignación de muchos… Es más fácil enriquecerse no preocupándose mucho de la ética…

De todos modos a largo plazo es bastante probable que la ética sea más rentable que su contrario. Ahora bien, si la razón que nos mueve a ser ético es la rentabilidad, esa subordinación de la ética a la rentabilidad resulta problemática. Porque, en aquellas ocasiones en que la ética no resultaría rentable, está claro cuál sería nuestra opción. Y, en todo caso, ¿no hay valores en la vida que están por encima de la rentabilidad y que, al menos en algunos casos, merecerían sacrificar en todo o en parte esa rentabilidad?

 

Ildefonso Camacho SJ

Universidad Loyola Andalucía