"Los desencuentros e incluso los enfrentamientos ideológicos en torno a la educación registrados en los últimos treinta años de democracia deberían encontrar su Edicto de Nantes" (José Antonio Marina)

En el artículo anterior, mezcla de recopilaciones, síntesis y opiniones personales, me hacía eco – suscribiéndolas como propias – de numerosas propuestas, manifestadas públicamente, en cuanto a la imperiosa necesidad de cambiar un modelo educativo que devalúa el rigor, la exigencia y el esfuerzo que conlleva el aprendizaje, propugnando, entre otras medidas, la supresión de filtros y demás obstáculos que pudiesen atentar contra la llamada 'igualdad de oportunidades', tal como puede apreciarse, sin ir más lejos, en los contenidos curriculares y los criterios de evaluación y promoción de curso. Argumentaba, entonces, que nuestro modelo era una mala copia de de modelos fracasados en otros países, como se desprende de la entrevista que David Blunkett, el ministro de Educación que derogó la LOGSE británica, concedió en su día a la ANPE, un testimonio de excepción que, por su singularidad, me permito reproducir.

"El sistema británico anterior a la reforma fracasó en la enseñanza Primaria porque no profundizó en las materias instrumentales que fundamentan el aprendizaje. La enseñanza secundaria falló en parte porque no había unos cimientos bien puestos desde los primeros años de escolarización en Infantil y porque se obligaba a todas las escuelas a repetir los mismos esquemas. Este "todos a una" era un mito, una forma de autoengaño. Se pretendía mantener en el mismo nivel a todos los alumnos y todos los colegios, cuando así resulta que es el mismo sistema el que crea las desigualdades. Opónganse desde todos los puntos de vista a las medidas que supongan bajar los niveles educativos, porque significan automáticamente disminuir la igualdad de oportunidades".

Dicho esto, sería injusto atribuir todos los males que aquejan a la enseñanza a las leyes vigentes, así como el no reconocer que durante las últimas décadas se han logrado avances sociales importantes, pues de una sociedad predominantemente  agrícola, oral y escasamente alfabetizada se pasó a una industrial y de servicios, con tasas decrecientes de analfabetismo; también la inclusión de la Formación Profesional en las enseñanzas regladas o la extensión de la gratuidad  hasta los 16 años, aunque esto último haya supuesto para el profesorado la tortura de tener que soportar a alumnos aparcados por imperativo legal, con la penosa consecuencia de un boicoteo constante a la labor docente, lo cual – paradoja de la pretendida igualdad, pensada para compensar las desigualdades socieconómicas – conculca el derecho de quienes desean aprender. Y esto es algo que sólo una enseñanza pública de calidad puede garantizar, mediante la obtención del máximo rendimiento del alumno y el esfuerzo para lograrlo.

En términos generales, todos coinciden en la necesidad de otorgar protagonismo en Primaria a la lectura y la escritura, recuperando la memoria y enseñando a manejar – sin calculadora – las reglas elementales de las matemáticas; en modificar la configuración de la ESO; en la ampliación del Bachillerato y en la instauración (¿restauración, tal vez, con los cambios pertinentes?) de una prueba a escala nacional que permita evaluar de modo objetivo la idoneidad del alumno, que "debe llegar a la universidad con criterios claros sobre el orden cronológico entre la Edad Media y el Renacimiento" (Benigno Pendás), quien añade: "Las clases son cada día menos magistrales, y no sólo por exigencias del guión, sino por falta de materia prima". E ilustra su aserto con algunas anécdotas – que traslado al paciente lector – y  cuyo lado humorístico debe hacernos reflexionar acerca de la penuria intelectual de muchos de nuestros universitarios.

Preguntado por la teoría de Marx, un alumno contesta que – según este autor – la religión es el ¡Opus! del pueblo; otro, al hablar de la Gran Guerra europea, aclara que su origen está en el asesinato del archiduque Francisco ¡Fernández!; por último, otro, preguntado sobre Maquiavelo, responde que su obra principal es ¡El Principito!. "He aquí – concluye el profesor Pendás – una parte del material humano al que queremos aplicar un modelo de clases participativas y deliberativas".