"No se puede arrancar la máscara sin dañar el

Rostro" (P.Bourdaloue)

Uno de los hábitos más generalizados en las relaciones sociales de nuestro tiempo es, sin duda, el tuteo, al que se relaciona – ignoro el porqué – con los usos democráticos que, en opinión de algunos, deben tener su reflejo en el lenguaje cotidiano. No se trata simplemente de un fenómeno espontáneo, fruto de una moda política o social; tampoco responde a la coyuntura de una situación informal en la cual, por motivos obvios de edad o amistad recíproca se adopta un tono familiar y distendido. Nada de eso. Tutear a troche y moche, sin el consentimiento, siquiera tácito, del interlocutor, se ha convertido en norma suprema cuya pretensión parece ser eliminar las "barreras sociales y los formalismos", en virtud de una actitud que podría calificarse como "democratización del lenguaje", tal vez porque resulta impopular admitir que el respeto, que no exime del afecto – antes bien, lo fortalece -, encuentra en el empleo de usted una fórmula secular de cortesía que hace la función, permítaseme la expresión, de 'lubricante social'.

Y ello sucede también en otras lenguas cultas y universales, como son el francés y el inglés. En la primera, comprobamos que tu queda limitado al círculo familiar, con alguna que otra excepción, así como a escuelas, liceos (resulta inimaginable, tal como lamentablemente ocurre en nuestro país, que adolescentes y profesores se relacionen mediante el tuteo), y poco más. En los demás ámbitos prevalece la forma vous, y ello no ha sido ni es objeto de la más mínima controversia en el país vecino.

En cuanto al inglés, el universal you, aunque, aparentemente, carece de alternativa equivalente al vous francés y al usted castellano, utiliza otros recursos -nombre de pila, apellido, entonación, además de los clásicos sir o madam – que representan, a su vez, distintos registros de acuerdo con el carácter formal o informal de la conversación.

Por otra parte, en el terreno experimental, al hilo de estas pautas de comportamiento, observamos cómo, por ejemplo, el personal sanitario o de administración, funcionarios y, en ocasiones, empleados pertenecientes a la empresa privada, tutean a los ciudadanos – también conocidos como usuarios -, arguyendo que ello es muestra de afecto y confianza. Nada más falso. Sirva de ejemplo una anécdota vivida en una consulta de la Seguridad Social donde el médico – no siempre debe decirse "doctor", salvo en el caso de poseer tal grado universitario- tuteaba a la paciente, quien, creyéndose autorizada a proseguir la conversación utilizando el mismo tono informal, provocó ¡la reacción airada del facultativo en cuestión!.

Por otra parte, abunda el concepto erróneo de atribuir a usted una connotación negativa, un signo de distanciamiento, cuando no de discriminación social, en contraposición, afirman, al llano tú, que a todos iguala, y de cuyo uso, que podría calificarse de 'terapéutico' , parecen derivarse toda suerte de beneficios sociales. Pero sucede que, al equiparar tuteo con comportamiento democrático se induce, por oposición, al rechazo de usted como forma respetuosa de dirigirse a desconocidos o a aquellas personas que, por determinadas circunstancias – edad, nivel profesional o jerárquico – serían merecedoras de un trato menos informal. Para aquellos que creen de buena fe que hacer tabla rasa de determinadas fórmulas de cortesía otorga una posición de igualdad, parece oportuno echar una mirada retrospectiva a la historia política de Europa en las primeras décadas del siglo XX, cuando la eclosión del comunismo y, posteriormente, del fascismo, acuñó el término camarada como símbolo – ciertamente artificial – de la desaparición de clases.

Y es que al tuteo sin más se ha sumado otra moda mostrenca, filtrada sinuosamente en el ámbito de nuestras relaciones sociales: me refiero a la desaparición de los inofensivos y respetuosos don, doña, señor o señorita, términos hoy absolutamente proscritos y, si me apuran, considerados humillantes, lo que explica que en muchas oficinas, comercios o centros de enseñanza -me consta que hay docentes que repudian su utilización- se haya impuesto dirigirse a las personas simplemente por su nombre de pila (Juan, Mercedes, María …) sin tener en consideración, edad u otras circunstancias.

Sospecho que esta obsesión casi patológica por un igualitarismo de pacotilla, que no supone el más mínimo compromiso, afecto o generosidad ni, menos aún, solidaridad para con el prójimo, este temor a ser considerado 'inferior', no son sino la máscara que pretende disfrazar un manifiesto complejo de inferioridad.