Donde hay música no puede haber cosa mala (Cervantes)

Allá por la década de los cincuenta, escribía bajo este mismo título un artículo en el que mostraba mi curiosidad por un músico al que se atribuye la paternidad del nocturno para piano, aunque se dé la paradoja de que sólo se conozca su nombre mas no su música, ausente sempiterna de los programas de conciertos. En efecto, mucho se ha escrito en torno a la influencia que la obra del compositor irlandés John Field, nacido en Dublín en 1782, ejerciera sobre Frédéric Chopin, especialmente en la creación, como digo, de esa miniatura pianística impregnada de lirismo nostálgico conocida como nocturno y que, inevitablemente, asociamos al gran músico polaco.

Field, educado en el seno de una familia de músicos y discípulo predilecto de Muzio Clementi, el profesor de piano más reputado de la época, simultaneó su aprendizaje como probador en una casa de pianos (había de tocar durante horas para mostrar las excelencias del instrumento) con la de concertista, una actividad aún incipiente que eclosionaría con inusitado esplendor a lo largo del siglo XIX. Field conoció pronto la fama y el éxito, sobre todo al establecerse en San Petersburgo y sentirse apreciado por la aristocracia, mas también la penuria y la enfermedad, consecuencia ésta de una vida más que azarosa. Su quebrantada salud le obligó a pasar una larga temporada en un hospital de Nápoles, hasta que fue recogido por una familia rusa, marchando con ella a Moscú donde acabó sus días en 1837.

Pianista de transición entre el fortepiano / pianoforte y el piano, entre el mundo del salón y de los conciertos, Field perseguía tenazmente, al igual que Chopin, la composición y el virtuosismo a través del piano, y sus intentos de obtener un sonido romántico y velado del instrumento influirían de manera decisiva en el complejo y sutil empleo de los pedales. Cuando escucha a Chopin en París, en 1832, definiéndole como ‘talento enfermizo’, Field, seguramente arrastrado por los celos, enfermo y dominado por el alcohol, se siente tal vez desconcertado al ver a aquel joven cosechar los elogios que cierto día fueran para él.
Lo mejor de los nocturnos de Field -algunos de ellos realmente bellos – lo constituyen sin duda sus imaginativas versiones del bel canto para piano, ya que, tanto él como Chopin, al decir de Alan Rich, “no se inspirarían absolutamente en el piano, pero sí en el estilo de la ópera italiana, que influía poderosamente en los gustos europeos de las primeras dos décadas del siglo XIX.” La canción de amor de Almaviva, en el primer acto de El Barbero de Sevilla, de Rossini, o la primera parte de la Casta Diva de Norma, son ejemplos de la génesis del nocturno para piano, a través de dilatadas y anhelantes melodías “de rasgos suaves y disonantes” que presagian una música que, aún asentada en una base clásica, evoluciona frecuentemente hacia pasajes un tanto experimentales y vanguardistas.

Obviamente, al referirnos al nocturno para piano hemos de dirigir nuestra mirada hacia Chopin, músico de impronta singular, reconocido universalmente como genuino representante del romanticismo pianístico, aunque muchos intérpretes, obsesionados por el exhibicionismo y los juegos de artificio, nos hayan trasladado una visión edulcorada y superficial que, es de justicia admitir, ha desvirtuado la esencia de una música sutil, plena de delicadeza y originalidad.

Mas, volviendo al tema principal que hoy nos ocupa, y pese a encontrarnos en una época en la que tantos autores son sacados del ostracismo en el que han permanecido, quizás injustamente, durante décadas, tengo la amarga sensación de que, hoy como ayer, una especie de niebla extraña y misteriosa envuelve la música de Field, apartándola de recitales y salas de conciertos en una ausencia tan secular como inexplicable. Alguien podrá argumentar que el tiempo, juez insobornable, se encarga de poner a cada uno en su sitio y que, quizá, la obra de Field, expresión de un momento fugaz, carezca de los valores universales que distinguen a las obras imperecederas, por todo lo cual debería continuar su letargo en ese poblado mundo de ‘ilustres desconocidos’.

NOTA.- Me permito recomendar a aquellos que deseen acercarse a la producción pianística de John Field la audición de sendos CDs editados por Naxos en un excelente registro de Benjamin Frith.

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