Es cosa sabida que el periodismo ha ejercido desde sus orígenes una función pedagógica de primer orden, ya que no solamente ‘crea opinión’ sino que, al mismo tiempo, contribuye a la formación del lector, poniéndole en contacto con la realidad vital del lenguaje, influyendo en su forma de expresión y desarrollando su capacidad de análisis y de síntesis. Cuando la radio y la televisión se incorporan a este fenómeno de la comunicación, la masa social destinataria del mensaje periodístico, radiofónico o televisivo adquiere proporciones inmensas, .y de ahí la importancia de utilizar palabras y expresiones que designen con precisión y sin equívocos lo que el pensamiento y la razón nos dictan.

No obstante, pienso que la causa de tanto desafuero lingüístico no debiera atribuirse únicamente al desconocimiento, sino también al desinterés, a la falta de curiosidad intelectual, a esa actitud tan nuestra de “sostenella y no enmendalla”. Abundan los manuales de gramática, los libros de estilo, las reiteradas llamadas de atención por parte de filólogos y académicos -con perdón de algún que otro sandio, (¿o debería decirse ‘sandia’?), que les concede escasa autoridad-, las advertencias en fin de escritores y periodistas, todo lo cual me hace suponer que, o bien los’ infractores’ no son conscientes de la necesidad de revisar sus conocimientos o, lo que es todavía más preocupante: menosprecian toda reconvención o sugerencia.

Entiendo que asomarse al espacio público de la comunicación implica un riesgo permanente de error, razón por la que debemos permanecer en alerta, tal como afirma Pérez-Reverte, para quien “el gazapo es la pesadilla constante de periodistas y escritores, y ni los grandes maestros están a salvo de un texto revisado con descuido o de una galerada corregida entre prisas”.

Muchos de nosotros, en nuestros inicios, tuvimos ocasión de conocer a excelentes escritores -ensayistas, novelistas, poetas- quienes, a través de sus artículos ejercían un verdadero magisterio -se compartiesen o no sus puntos de vista, que eso es cosa bien distinta-, magisterio que consistía en desarrollar las líneas maestras de la narración, en la búsqueda de un estilo propio y conciso, sustentado todo ello en una sintaxis sólida, una ortografía sin fisuras (recuerdo que se detectaban muchos menos ‘gazapos’, y eso que no existía el programa de corrección de textos por ordenador), así como en un léxico amplio y preciso del que estaban ausentes tópicos y lugares comunes.

De modo que, y aún asumiendo de antemano que el mensaje sea arrojado a la papelera del olvido o, incluso, provoque la iracundia de quien pudiera creerse aludido, lo que, en ningún caso, es mi intención, me permito reproducir -aunque firmas prestigiosas me han precedido en la tarea- unos cuantos ejemplos, recogidos al azar en prensa, pero sobre todo en emisiones de radio y televisión. Todos ellos confirman esa obsesión por distorsionar el lenguaje, en un intento absurdo de originalidad o de pretendida modernización.

La jerga deportiva, el fútbol, por ejemplo, es terreno fértil en el que florecen expresiones que sobrepasan nuestra capacidad de asombro, como cuando se dice que un jugador especula con el balón o que no define la jugada; que el susodicho balón, también llamado cuero o esférico, merodea el área; que el guardameta o cancerbero ha realizado una parada heterodoxa; que el árbitro o trencilla ha señalizado una falta al borde del área o que ha pitado orsay (por offside); que fulano ingresa en el terreno o se dispone a disparar con pierna derecha, o que mengano avanza por banda izquierda; o bien, si en aquel momento el marcador señala cero a cero, nos aclara que el resultado inicial permanece inalterable; si el equipo en cuestión obtuvo una victoria mínima o apurada, se dirá que fue una victoria pírrica; que fulano va jugar en detrimento de zetano, es decir, causando a éste daño moral o menoscabo; que tal jugador ha anotado / ha firmado un gol sensacional; que restan (nada de faltan o quedan) equis minutos; que un jugador ha perdido la verticalidad -descripción que entusiasmaría a los preciosistas del siglo XVII-; que han dado comienzo los entrenos; que un jugador está calentando; que su alineación para el próximo partido no está segura; o bien, una vez llegado a su conclusión (finalización suena más solemne), que el árbitro decreta el final de la contienda… Enfin, como se dice en los tebeos- que no ‘comics’- continuará.

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