Parece ser que en las últimas décadas la vida familiar está en decadencia. También parece, por lo que se dice en los medios y se comenta en los pasillos, que mucha culpa proviene de la implicación de ambos cónyuges en sus trabajos fuera de casa.

Lo que sí se constata estadísticamente es el alto índice de separaciones, estando Andalucía en tercer lugar en este ranking nacional. Si ahora unimos el párrafo anterior con este, podríamos sacar como conclusión que los hijos, las nuevas generaciones, están desatendidas y, por lo tanto, estamos creando un soporte poco estable emocionalmente para garantizar las pensiones del día de mañana.

La rumorología da por hecho que educar a un hijo sin el apoyo de una pareja tiene graves consecuencias para el niño, máxime si el progenitor a cargo trabaja largas jornadas; lo que ha hecho que, sobre todo, muchas madres hayan dejado de lado una prometedora carrera para dedicarse a la no menos sacrificada labor de cuidar de sus hijos. El erróneo cargo de conciencia hace que el corazón pueda sobre la razón. Sin embargo, los últimos estudios han demostrado que el modelo de familia monoparental (vivir sólo con el padre o con la madre) debe tomarse como una alternativa más sin especial incidencia en la educación de los hijos.

Las últimas investigaciones han echado por tierra la creencia de que este tipo de crianza va asociada al fracaso escolar. Se ha constatado que los niños que viven sólo con uno de sus progenitores tienen las mismas posibilidades de triunfar en la vida que aquellos que provienen de familias tradicionales. Además, según la Universidad de Cornell, en Nueva York, en caso de que no sea así no sería consecuencia de ser educados en la ausencia del padre o de la madre, sino por el nivel de educación de quien ejerce la custodia. Los dos únicos factores que predicen el rendimiento escolar de los niños criados en familias monoparentales son el nivel de educación de su madre o padre y la habilidad general de los niños.

Frecuentemente se pone a los hijos como excusa para continuar una relación ya muy deteriorada. Cuando el conflicto es grave, los niños salen ganando en su educación con la separación de los padres. Es necesario mantenerles al margen del conflicto, tratando de reducir el nivel de tensión y asegurándoles que ellos no tienen la culpa si las cosas van mal (los niños menores de 5 años tienden a asumir la culpabilidad del conflicto). Hay que evitar hablar mal del otro porque, además, probablemente tenga el efecto contrario al esperado.

Según los expertos, dependiendo de la edad que tenga el/la niño/a, hay que darle una explicación de su situación familiar acorde con su nivel de comprensión:

Si tiene menos de cinco años no necesita explicaciones muy detalladas y es probable que no lo entienda del todo en un principio. Será suficiente con decir que hay muchos tipos de familias y que en la suya no convive el padre, aunque lo tenga. Entre los cinco y ocho años, podrá comprender las implicaciones de lo que se le explique y querrá saber cómo es su padre y dónde está. Entre nueve y doce años tiende a pensar en términos de bueno/malo, correcto/incorrecto. Es importante explicarle que no hay nada de malo en una familia como la suya, que es una más, hablándole de los otros tipos de familia y especialmente de las familias monoparentales. Continuando en la línea de la claridad, frente a la negación y ocultación del pasado, es aconsejable dejar abiertos los canales de comunicación expresando que estamos dispuestas a hablar de este tema cuando lo quiera o lo necesite.