El autoconocimiento, como terapia personal, se está poniendo de moda aunque es un concepto presente desde hace bastantes siglos. El filósofo griego Tales de Mileto hacía referencia al hecho de conocerse a uno mismo. También en el templo de Delfos aparecía escrita la frase "conócete a ti mismo".

Aunque es claro, por lógica, que conocerse a uno mismo supone grandes ventajas al permitirnos maximizar nuestras virtudes y minimizar los defectos, por norma general, las personas se sienten incómodas ante el hecho de tener que hacerse un examen y autoevaluarse.  No somos capaces de realizar y soportar un juicio crítico y objetivo de nosotros mismos.

En el proceso de autoconocimiento, la parte más complicada de procesar es la relacionada con los sentimientos. Sobre todo porque solemos achacar nuestras frustraciones a causas externas cuando, en muchas ocasiones, se trata de temores y debilidades que parten de lo más profundo de nosotros. Nunca más cierto aquello de que no podemos convivir con los demás hasta que no somos capaces de soportarnos a nosotros mismos.

Hay emociones y sentimientos que se exteriorizan libremente en la sociedad occidental (los orientales son más reservados en este aspecto). Estos sentimientos son fáciles de reconocer y de mejorar. Sin embargo, hay otros que no se exteriorizan por temor, por pudor, por tabúes aprendidos, etc. Estos son los más importantes pues suelen definir la personalidad del individuo y aportan una información mayor sobre cómo somos.

Por otro lado, en el profundo ejercicio de la introspección y del autoconocimiento, se puede caer en el error de sobrevalorar lo negativo, cayendo en una baja autoestima. Es importante saber encontrar nuestros aspectos positivos. Para ello es bueno contar con la opinión de los más cercanos, especialmente de los que más nos quieren (ni que decir tiene que la mejor crítica es la de la propia abuela).

También hay que evitar el autoengaño de tener una exagerada visión de nuestras capacidades y quizá una cierta ignorancia de nuestros defectos y excesos. Este es un error común entre personas que han destacado sensiblemente en alguna actividad, llegando a pensar que son buenos en casi todo. Más concretamente, los directivos de empresa o líderes en general, al haber tenido algún éxito importante presuponen que esto les garantizará el triunfo siempre. Como tampoco cabe pensar que, por saber más de algo, se sabe más de todo.

Según Robert E. Kaplan, un directivo con estos presuntuosos rasgos está orientado al fracaso, aunque esta actitud sea el resultado de no haber sabido afrontar los propios éxitos anteriores. Pero un directivo que se conozca bien a si mismo difícilmente se caracterizará por esta torpeza emocional. No es que el autoengaño sea algo voluntario, pero los directivos que gestionan bajo el analfabetismo emocional tienen, por norma general, una errónea noción de si mismos.

La prepotencia de éxitos anteriores, según los expertos, puede llevar a los directivos a disfunciones como: incapacidad para reconocer errores, arrogancia, sed de poder, rechazo a las críticas, narcisismo, persecución de objetivos poco realistas, huida hacia arriba, jactancia, necesidad de parecer perfecto, hábito de trabajo compulsivo, juicio a las personas en términos de blanco/negro, etc.

En definitiva, que conocerse es imprescindible para evolucionar y llegar a ser mejores personas. Para esto también hay entrenamiento especializado. Es el coaching. Conocerse es aprender a quererse y permitir, así, una capacitación necesaria para poder querer a los demás.