Dicen que corren malos tiempos. Sin embargo, "por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes" (Khalil Gibran). Y es que "es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción" (Samuel Johnson).

Hemos de confiar en que saldremos de esta y vivir el futuro con optimismo, como aconsejaba Martin Luther King al afirmar que "si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol". Hasta los clásicos consideraban que "la esperanza es el sueño del hombre despierto" (Aristóteles). Aunque, más tarde, Friedrich Nietzsche se encargaba de tirarlo por tierra al decir que "la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre". Pensamiento que apoyaba Maurice Maeterlinck abundando en que "la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo". Pero ¿qué es la esperanza? ¿Cómo puede servirnos de alivio? Thomas Hobbes trataba de explicarlo con esta frase: "Al deseo, acompañado de la idea de satisfacerse, se le denomina esperanza; despojado de tal idea, desesperación". Lo cierto es que "la esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado" (Ovidio); y "nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza" (Alfred Tennyson).

Que la crisis es también momento de oportunidades (en japonés hay una sola palabra para ambos conceptos) ya lo decía Cervantes al afirmar que "donde una puerta se cierra, otra se abre". Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad porque "el Sol no se ha puesto aún por última vez" (Tito Livio). Además, "si la mañana no nos desvela para nuevas alegrías y, si por la noche no nos queda ninguna esperanza, ¿es que vale la pena vestirse y desnudarse?" (Johann Wolfgang Goethe). Como humanos, necesitamos confiar en lo que vendrá porque "la esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que todo lo han perdido la poseen aún" (Tales de Mileto).

Nuestros miedos son el fruto del desconocimiento. Miedo y esperanza van unidos inexorablemente. "La esperanza y el temor son inseparables y no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor" (François de la Rochefoucauld). Pietro Metastasio sentenciaba que "el temor y la esperanza nacen juntos y juntos mueren".

Y ¿qué sería de nosotros si no confiásemos en lo que vendrá? Para André Giroux "el Infierno es esperar sin esperanza" y para Ramón Llull "vive mejor el pobre dotado de esperanza que el rico sin ella". Hasta el sabio refranero nos recuerda que "más vale buena esperanza que ruin posesión". Sin duda, la necesitamos, porque "todo hombre no vive más que por lo que espera" (Giovanni Papini); es decir, "la esperanza es un empréstito que se le hace a la felicidad" (Conde de Rivarol). Es un mecanismo de protección porque "la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida" (Voltaire).

También hay quien advierte que "la esperanza ha contribuido a perder al género humano" (Henrik Johan Ibsen); y no es el único, porque también decía Baltasar Gracián que "la esperanza es un gran falsificador"; o Ramón de Campoamor al afirmar que "mi querida más fiel fue la esperanza que me suele engañar y no me deja". Sea como fuere, "la esperanza, no obstante sus engaños, nos sirve al menos para llevarnos al fin de la existencia por un camino agradable" (François de la Rochefoucauld). ¿Por qué no habríamos de confiar?