Dirección escénica: José Carlos Plaza

Dirección musical: Óliver Díaz

Coro de la A.A. del Maestranza- Real Orquesta Sinfónica de Sevilla

Producción: Teatro de la Zarzuela (2010)

 

Forzoso es admitir que la zarzuela no goza de lo que podría llamarse prestigio intelectual, lo cual no deja de ser una pose cateta adoptada por los nuevos ‘eruditos a la violeta’ que, mientras pontifican sobre el dodecafonismo o la música de vanguardia, muestran su enojo y menosprecio por una música cuya marcada personalidad es valorada (¡y de qué manera!) por una audiencia internacional -alemanes (1) y rusos, por citar sólo un par de ejemplos elocuentes- que experimentan una pasión indescriptible por lo que consideran, no sin razón, el paradigma de la auténtica ópera española, concepto que sintetiza los valores de una música amable, salpicada de chispeantes diálogos y de excelente factura técnica, en ocasiones infinitamente más sólida y atractiva que muchas óperas insoportablemente aburridas, basadas en libretos infumables y plúmbeos hasta provocar el sopor. Ya en el terreno de la comparación, el estilo italianizante del que se nutre la zarzuela, poco tiene que ver  con la opéra comique, la opera buffa o incluso la opereta vienesa, a las que con frecuencia se pretende meter en el mismo saco pero que  carecen de los rasgos esenciales que definen a la zarzuela española.

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Francisco Asenjo, más conocido por su apellido materno, Barbieri, que dejó prevalecer sobre el otro, debido quizás a la admiración que sentía por la música italiana, plasma el carácter genuinamente español en Pan y toros y El barberillo de Lavapiés, obras maestras que han sido consideradas como la idealización de la antigua tonadilla. Hombre polifacético y de vasta cultura, Barbieri, ducho en  mil y un oficios -inicia los estudios de medicina, ingresa en el conservatorio, toca el clarinete en una banda militar y el piano en los bailes populares de barrio, actúa como actor y cantante en compañías de ópera …- acusa claras reminiscencias italianas tanto en Jugar con fuego como en Los diamantes de la corona, títulos inolvidables en los que sobresale una fecunda vena lírica.

Como bien destacan algunos comentaristas, cuando se habla del renacer de la zarzuela forzoso es remitirse a la figura de Ataúlfo Argenta. Pero, permítase el inciso: ¿Hasta cuándo la envidia y el resentimiento sepultarán en un miserable ostracismo a uno de los grandes directores del pasado siglo, tenido por posible rival de Karajan, a quien tanto deben la música española y, en particular, la zarzuela, un género moribundo que el gran maestro santanderino ayudó a renacer?

El elenco vocal de Los diamantes de la corona en esta excelente producción del Teatro de la Zarzuela estuvo representado, entre otras figuras, por Sonia de Munck, de indiscutible aire belcantista; Cristina Faus, de timbre atractivo; Carlos Cosías, de acusada vis cómica; Fernando Latorre, de sobrado volumen; Gerardo Bullón (Don Sebastián) y Ricardo Muñiz (Conde de Campomanes), personajes ambos determinantes en tan inverosímil enredo, que exige, además, una gran capacidad actoral. Muy original la dirección de escena, que acomodó los diálogos a las características cómicas, sin petulancias ni excesos, así como la iluminación, que logra ‘recrear’ el ambiente de época,

Y, como siempre, hay que resaltar la presencia del Coro de la A.A. del Maestranza, dirigido por Íñigo Sampil,  otro de los grandes activos del Teatro que, junto con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, dirigida en esta ocasión por Oliver Díaz, justifican el lleno alcanzado y el éxito en todas las funciones. ¿Por qué -a la vista de una acogida tan entusiasta, que parece alejar la sombra del déficit- no se montan más títulos de zarzuela?, se preguntan, extrañados, muchos aficionados.

 

(1) El filósofo alemán Nietzsche presumía de conocer -gracias a las traducciones- muchas zarzuelas españolas y, además, era un gran admirador de la ópera Carmen de Bizet.

Miguel Fernández de los Ronderos