La Cumbre de París sobre el clima ha dado a conocer globalmente unos hechos que ya eran visibles y que la comunidad científica viene confirmando desde hace años: que los principales indicadores del cambio climático en la Tierra confirman que vivimos en un planeta cada vez más caliente, lo que supone una amenaza para la vida tal y como la conocemos.

Esta situación está basada en dos presupuestos básicos y de los que se deriva una clara conclusión. En primer lugar, la utilización de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) es la principal causa de que la temperatura de los océanos, el nivel de los mares o las emisiones de gases de efecto invernadero sigan subiendo cada año.

fotosmovil2 236 copiaEn segundo lugar, hay que dejar constancia de que el actual paradigma socioeconómico se basa en que el Producto Interior Bruto mundial puede y debe seguir aumentando de forma indefinida.

Como consecuencia de estas condiciones, cabe decir que la comunidad internacional ha llegado al convencimiento de que es necesaria una transición energética para evitar esta certera amenaza.

Y esta lucha contra el cambio climático debe centrarse, básicamente, en los siguientes aspectos: la disminución de los combustibles fósiles en el mix energético, promoviendo el despliegue de fuentes de energía limpias y mejorando la eficiencia energética (hacer más, o lo mismo, con menos energía).

Sin embargo, estas estrategias para reducir las emisiones de gases contaminantes se basan en que las innovaciones tecnológicas en el campo de las energías serán capaces, por sí mismas, de compensar los efectos derivados del crecimiento económico y demográfico que se avecina.

Sin embargo, según  un informe reciente de la Agencia de la Energía de los EE. UU., las mejoras tecnológicas que reducirán la intensidad energética y la intensidad de carbono en los próximos 30 años deberían contrarrestar el crecimiento del PIB y el aumento de la demografía, lo cual, aventuran, es una tarea difícil ya que se prevé un aumento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero de más del 45% en el transcurso del periodo 2010-2040.

Estas tendencias suponen, al mismo tiempo, transformaciones energéticas: el incremento de la población implica una mayor demanda de energía y también que la gestión del mix energético se hará cada vez más compleja, lo cual supone la urgente necesidad de incorporar nuevas tecnologías, es decir la participación de muchos sectores industriales en este cambio de paradigma.

En otras palabras, para conseguir estos objetivos es imprescindible una revolución tecnológica que tendrá que hacer frente a los retos que en los próximos años se van a plantear. Andalucía, coyunturas empresariales concretas al margen, es una de las regiones con mayor capacidad de innovación industrial en el campo de las energías renovables. Al mismo tiempo, se abre un mercado global que va a demandar tecnologías que las empresas andaluzas están en disposición de proveer.

La ecuación es fácil de resolver: la colaboración público-privada permitirá que Andalucía se sitúe como una región puntera en el ámbito de la industria de la energía.

En ese sentido, y es aquí donde las empresas andaluzas tienen un importante papel que jugar, la Agencia Internacional de la Energía prevé que el proceso de electrificación global que se está llevando a cabo, implicará que la demanda de electricidad aumente en 2030 un 70%. Eso significa que las renovables serán la primero fuente de generación de energía a escala global.

El aspecto que merece hacer un mayor hincapié es que este cambio en la combinación de energías tiene su origen en razones económicas más que en razones medioambientales. En otras palabras, las energías limpias y la eficiencia energética son más rentables que las de origen fósil.

Esta “revolución” es imparable, y Andalucía y sus empresas tienen probada capacidad para ser un referente mundial.

 

José Antonio López de la O

Socio-Consultor de Incrementa Consultores