Mi Amigo Rubén me contó la siguiente historia que justifica el título de este artículo, ahora suyo: 27 años, deportista, amante del arte y de la Naturaleza. Hiper-irritado con las injusticias en general. Todo comienza en el kiosquito de frutos secos de la última parada del autobús de San Fernando (Cádiz). Me he llevado unos años fuera de España y no estaba al tanto de la normativa vigente en cuanto a bicicletas en transportes públicos. Justo de donde regresé, Seattle, EEUU, montar la bicicleta en un autobús es tan sencillo como dejarla caer en los dos ‘garfios' que sobresalen de la parte delantera y sujetarlas con una cinta. Con un cupo máximo de dos bicicletas, es muy útil y cómodo para estudiantes, normalmente sin mucho poder adquisitivo, turistas, deportistas, etc.

Volviendo al kiosko, salgo del mismo con un batido y unas avellanitas de toro que me hacen la espera más amena. Llega el autobús que todos esperamos, se abren las puertas y unas 25 personas ansían montarse y llegar lo antes posible a su destino. Me adelanto rápidamente antes de que la avalancha me impida hablar con el joven conductor, unos 29 años diría yo, aparentemente un profesional: Perdona, ¿podrías abrirme la puerta trasera para meter la bici? Con una sonrisa de soberanía, seguridad y control de la situación, responde: "¡Qué va chaval, no puedes meter la bici". "¿Sabes por qué no puedo meterla?", respondo preguntando. "No sé, yo no soy el que hago la Ley". La avalancha desesperada y ansiosa comienza a arrasar nuestro espacio conversacional fluyendo dentro del autobús. "¿Tienes en el autobús el manual del usuario para ver esa normativa?". Entre el ruido de los euros, el taconeo de las Marías, Lolas, Pepas, el crujir de los asientos y el buen hacer del profesional al volante que por motivos de cumplimiento horario se concentra en su duro y mecánico trabajo, me doy cuenta que la primera batalla está perdida y que no me queda otro remedio que afrontar "La Ruta del Infierno"…. San Fernando-Chiclana en bicicleta.

Un tanto impotente salgo dirección a la rotonda de nuestro consagrado y fallecido cantaor flamenco, El Camarón de la Isla. Incluso creo que la misma estatua del Camarón gritó de espanto al ver cómo ese poseído camionero enviado del diablo, con un camión de más de 3.500 kilogramos, casi me quita la vida al no reducir su velocidad en la incorporación a la rotonda y continuar su cabalgada infernal a unos 50 km/h, entre gestos y gritos de euforia contenida desde hacía siglos "Cojones, quítate del medio, ¿no ves que voy por mi carri?". Muchas horas de trabajo sin descanso pienso yo, le insinúo al pobre Camarón, aún sobresaltado por los acontecimientos, mientras apuntaba su matrícula para denunciarlo por intento de asesinato.

En el trayecto siguiente me veo obligado a cabalgar sobre la acera previniendo roces innecesarios con mis amigos los conductores. El día se prepara para diluviar, cuando son las 3.30 de la tarde.A medida que me deslizo por la bajada de un puente, susurros de lujuria de la noche anterior provinientes del club de paz y desahogo sexual cercano intentan engatusarme, pero no, aún es demasiado temprano. Las piernas me tiemblan, son conscientes de que se acerca uno de los puntos más conflictivos en el trayecto: el desvío hacia Puerto Real. A unos 25 km/h alargo mi mano izquierda con firmeza y decisión, miro hacia atrás repetidas veces y justo cuando veo una oportunidad mi corazón comienza a bombear sangre para acompañar el esfuerzo de mis piernas. Paso de 25 a 40 km/h en 6,66 segundos, pero de repente un BMW surge de la nada con aparentes intenciones de envestirme. Me pita hasta casi desgastar la bocina, reduce su velocidad justo unos metros antes del impacto, para acojonarme un poco más, pienso, y continúa su andadura hacia el Km 666. ¡Uffffff!, por favor que termine esta pesadilla de una vez. Más adelante, dos siervos de no sé qué dios pasaron justo a milímetros de mi manillar en un scooter gritándome: "Échate pal lao, mamón", entonces me pregunto: ¿será que aún sigo mamando? Un indigente haciendo autostop me grita que si le llevo en el transportín. No coment. Sin saber cómo, al cabo de un buen rato, me encontré en la estación de autobuses de Chiclana, bastante enojado por lo sucedido. Ya en la oficina, el encargado de atención al cliente se encontraba atrapado tras una ventanilla de unos 50 cm cuadrados que nos separaba de su mundo. "Caballero, ¿tendría usted el manual del usuario por casualidad?". "Mmmm, ¿manual del usuario?, mmm, déjeme pensar; ahora mismo no caigo pero si me deja su número de teléfono le llamo en cuanto sepa si lo tenemos y dónde lo tenemos". 45 minutos más tarde: "¿oye?, ya encontramos el manual, cuando quiera se pasa por él". Al llegar, toda la estantería anteriormente desolada lucía ahora felizmente con cientos de manuales del usuario. Un manual de líneas metropolitanas que tiene un tamaño parecido a un mini-diccionario de bolsillo. Consta de 28 páginas. En ningún momento hace referencia a la prohibición explícita del transporte de bicicletas en autobuses… Pero, no se preocupe, si todo esto le irrita le aconsejarán ellos mismo que ponga una hoja de reclamaciones, con ese aire de seguridad y conocimiento de causa que creen tener. Y es que ‘Spain is diferent'.