Pepe es un enólogo andaluz amante de la ‘buena vida’ y al que le gusta pasar buenos ratos con los amigos. Jordi es catalán y trabaja como obrero de la construcción en un edificio cercano a su casa. Patxi es un economista vasco que adora su trabajo y que, a pesar de estar un poco obeso, se mueve por la oficina de un lado a otro como pez en el agua.
Uno de estos personajes tiene fama de ser perezoso, de otro dicen que es excesivamente ahorrador y del tercero se comenta que es un glotón. ¿Adivinan a quién corresponde cada calificativo?
Aunque la solución parece evidente, lo cierto es que Pepe, el enólogo andaluz, es el que tiene fama de glotón porque le gusta la ‘buena vida’, el vino y es de ‘buen diente’. Jordi, el catalán, es un perezoso porque, como trabaja en una obra cercana a su casa, se levanta todos los días muy tarde, confiado en que llegará a tiempo al trabajo. Por su parte, Patxi, el vasco, es un poco tacaño ya que, por deformación profesional, cuenta hasta el último céntimo a la hora de pagar.
¿Habían asociado correctamente a cada cual con su adjetivo, o se han dejado llevar por los tópicos? Tal vez pensaron que el glotón era el vasco, el tacaño el catalán y, cómo no, el perezoso el andaluz. Pero, ¿por qué arrastramos este ‘sambenito’?
Numerosos estudios demuestran que empleamos los tópicos (o estilos atributivos que llaman los entendidos), de manera inconsciente y basándonos en la experiencia adquirida a través de las propias vivencias o por herencia cultural. Es decir, que esa conducta la hemos apreciado en una gran parte de una población determinada o que, los dichos, chascarrillos y chistes populares, nos lo han hecho creer.
Estos ‘pre-juicios’ constituyen una herramienta que emplea nuestro cerebro para ahorrarse el trabajo al buscar una explicación a las actitudes que observamos en los demás, según pertenezcan a uno u otro grupo de población (vascos, catalanes, andaluces, gitanos, marroquíes, pijos, punkis, etc.)
Algunas hipótesis apuntan a que la orografía del terreno y la climatología de una zona determinada condicionan en gran medida la interacción social de la población que la habita, configurando así un carácter social determinado.
En el caso de Andalucía, se argumenta que, al disfrutar de un elevado número de horas de sol al año, sus gentes son muy dadas a salir de casa y a relacionarse con los demás, configurándose así un talante más abierto, dialogante y socializador que, por ejemplo, en Galicia, donde las continuas lluvias y lo dificultoso del terreno impiden la interacción entre los conciudadanos.
Por otro lado, el sofocante calor del verano impide desarrollar una gran actividad durante las horas del mediodía, favoreciendo la siesta reparadora de las muchas horas de insomnio debidas al calor (se ha constatado que por encima de 25 grados centígrados es difícil conciliar el sueño). La siesta, junto con las tapas y las alegres fiestas del Sur, han sido las exportaciones más celebradas por los extranjeros que nos visitan año tras año atraídos por el sol y la gente.
Muchos años viviendo en estas circunstancias han sido la causa de que, nosotros mismos, asumamos la etiqueta y la aceptemos con normalidad. No es extraño, aquí, en verano y en invierno; quedar con el fontanero, carpintero, o con el comercial de un banco, a una hora concreta y retrasarse unos minutos, unas horas o unos días sobre la fecha prevista. ¡Y no se te ocurra quejarte por la informalidad!… Que al final puedes quedar como un ‘malaje’ por no entender que las cosas hay que hacerlas con calma y que pueden surgir imprevistos que siempre justifican la tardanza.
Por suerte, no todo el mundo es así. Por desgracia, el modo de actuación de estos pocos es mucho más llamativo que el buen hacer de quien sabe cumplir con sus compromisos. Lo peor, es que nuestro cerebro está diseñado para funcionar valiéndose de ‘pre-juicios’ y empleando los estilos atributivos para confirmar que este modo de actuar se debe a que vivimos en Andalucía.
¿Llegaremos a entender, algún día, que nosotros no tenemos por qué asumir los tópicos que nos atribuyen?
