La riqueza de las ciudades andaluzas es una evidencia de la que es difícil olvidarse. Acostumbrados a nuestro patrimonio, paseamos por ellas sin apenas percibir el aroma de los siglos y el descanso de las huellas de nuestros antepasados. Hoy, paradojas de la vida, parece que el acomodo de la vida moderna saca a la luz, como por encanto, las tripas históricas de lo que fueron nuestras ciudades. El debate está servido y también la polémica. Conservación, protección o destrucción del patrimonio son palabras que engrosan nuestro vocabulario cotidiano, a veces enturbiabas por las ópticas políticas. Somos también lo que nuestros antepasados fueron y no deberíamos olvidarnos de ello, pero ¿dónde está el equilibrio entre la protección del patrimonio y el mantenimiento de la vida ordinaria? La pregunta no tiene fácil respuesta, al menos para quienes nos enfrentamos a ella sin argumentos científicos. Baste como ejemplo Sevilla, donde las obras del metrocentro están destapando, como si de una lámpara encantada se tratara, la intensa luz del pasado. Necrópolis, mosaicos, aljibes y otros restos arqueológicos vuelven a respirar el aire, esta vez del siglo XXI, enmohecidos por el paso de los siglos bajo tierra y ante el estupor generalizado, acaso porque nos hemos olvidado de que Sevilla fue, antes de la que hoy conocemos, otras muchas y ricas ciudades, donde en lugar de zanjas y taladradoras, hubo una riquísima actividad económica, social y cultural, que dejó su profunda y prolija huella. Desde la modestia de una ciudadana que reclama un debate de más nivel, considero que la valoración de estos hallazgos debería ser competencia única y exclusiva de los expertos, dado que son ellos quienes están capacitados para encontrar, con rigor científico, el equilibrio entre el mantenimiento y conservación del pasado y la búsqueda del progreso de las ciudades. Entiendo que debemos opinar con mesura y amplitud de miras hacia lo que es mejor para nuestro patrimonio, algo que a veces pasa por ponerlo a disposición de los ciudadanos y otras, por permitirle volver a su retiro, hasta que esto pueda hacerse en las condiciones más beneficiosas para él. La destrucción, entiendo, debe ser un último recurso, sólo justificable en casos extremos.

Pero, sea como sea, el pasado siempre vuelve al presente, de una forma u otra, por fortuna para todos. En estos días, la Catedral de Sevilla ha cumplido 500 años de vida con la tesis vigente de que se trata de un templo inacabado, aunque los anales de la historia apuntan al 10 de octubre de 1506 como el día en el que se colocó el último canto, en el cimborrio. La profunda limpieza a la que se está sometiendo la fachada occidental del templo metropolitano no sólo está borrando las huellas de la polución, sino también permitiendo el descubrimiento de detalles desconocidos hasta ahora por los especialistas, entre ellos varias firmas de los canteros y mosaicos de piedras de tonalidades diversas. Las obras, que se acometen a lo largo de cuatro años, nos permitirán disfrutar del esplendor de una construcción sin parangón en el mundo, potenciado por la peatonalización de toda la zona, que paralizará en parte el deterioro del templo.

Pero si el pasado a veces aflora de manera natural en nuestra vida cotidiana, otras lo hace gracias a la promoción de las instituciones y particulares. En estos días se celebran en toda Andalucía las Jornadas Europeas de Patrimonio, una iniciativa del Consejo de Europa para divulgar el patrimonio histórico y cultural de las ciudades entre el gran público, con especial atención a monumentos que habitualmente no se pueden visitar. También en los libros acaba por reflejarse el pasado, como demuestra la publicación del libro Carmona Medieval, del historiador Manuel González Jiménez, y la reedición del libro Ibn Zamrak, el poeta de la Alhambra, que Emilio García Gómez publicó en 1943, cuando ingresó en la Real Academia de la Historia. No quiero olvidarme de José Manuel Caballero Bonald y Blanca Varela, que han recibido los premios Nacional de Poesía y García Lorca, respectivamente. Como broche, recordar la celebración entre el 25 de noviembre y el 3 de diciembre de la Feria Internacional del Libro (FIL), de Guadalajara (México), donde Andalucía acude como invitada de honor, representada por Francisco Ayala, Antonio Muñoz Molina, Caballero Bonald o Emilio Lledó, entre otros.

Entre las exposiciones, destaca Picasso. Musas y modelos, que muestra hasta el 28 de febrero en el Museo Picasso Málaga más de 60 piezas de colecciones privadas de Francia y EEUU, rara vez expuestas. También, apuntar la presencia de dos obras del Museo Bellas Artes de Sevilla en una muestra sobre la pintura española en los últimos cinco siglos que se inaugura el 17 de noviembre en el Guggenheim de Nueva York. En cuanto a la iniciativa privada, la Fundación Focus-Abengoa ha inaugurado hasta el 12 de diciembre en el Hospital de los Venerables de Sevilla su nueva temporada, con una selección de 40 piezas de algunos de los autores más destacados de los últimos tiempos. También, la Fundación Valentín de Madariaga y Oya (del grupo industrial sevillano Mc Puarsa) ha decidido dedicar parte de su sede en el Pabellón de EEUU a exponer colecciones privadas de arte de La Caixa y Telefónica. Para concluir, la muestra Alison & Peter Smithson. De la casa del futuro a la casa de hoy, puesta en marcha por la Consejería de Obras Públicas hasta el 30 de noviembre en el antiguo Convento de Santa María de los Reyes de Sevilla, que recorre medio siglo de una vanguardia arquitectónica dominada por las dificultades para el abastecimiento de materiales para la construcción, derivadas de la II Guerra Mundial.