¿Y usted? Seguro que tampoco. En Andalucía casi no hay tontos y, los pocos que quedan están haciendo relojes en Suiza. Lo malo de esta ausencia de lerdos es que hay que buscarle otra causa a la ceguera colectiva que nos invade. Me explico.

Hace año y medio y desde estas mismas páginas, le daba la bienvenida a doña Crisis. La saludé después de catorce o quince años sin saber nada de ella (bendita ausencia). Y le hablé de tú a tú. A cara de perro. Como hay que hablarle a esta señora, con la que no caben ni lindezas ni finuras.

Han sido dieciocho meses (de momento) de tiras y aflojas, de miradas de soslayo, de ataques y contraataques, de dimes y diretes; en definitiva, de aguantarle el tipo a tan desagradable y peligrosa compañera de viaje.

Estoy satisfecho de mí mismo porque estoy haciendo lo único que se puede hacer en estos casos: coger el toro por los cuernos y buscar soluciones a cuantos problemas aparezcan. A veces lo consigo y a veces no. De vez en cuando me la juego en un pase de pecho con vaselina    -y lo bordo- y de cuando en vez me lanza un arreón la dama-morlaco que asusta. Pero sigo vivito y coleando. Otros compañeros y colegas no han tenido tanta suerte, sobre todo .los de mi misma cuadrilla; la del sufrido diestro Autonomito Español. El Juli, a su lado, es un sensato cobarde que se esconde antes de abrirse las puertas del toril. Es una auténtica sangría. En mi gremio todos los días te enteras de alguna cornada mortal.

Durante este periodo he leído poco los periódicos y he visto menos la televisión. No puedo. Es superior a mis fuerzas. Me repatea que se hable de brotes de colores, de datos manipulados a diestro y siniestro (dependiendo el efecto que se quiera dar del panorama).

Odio por igual a los catastrofistas y a los optimistas más recalcitrantes porque ellos, y sólo ellos, nos han metido en este berenjenal; y ninguno de ellos, ninguno, nos va a sacar de él.

Yo no soy tonto. Y vosotros tampoco. Y en el fondo sabéis que nadie va a sacarnos las castañas del fuego ni a reflotar nuestras empresas. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo y, más en el fondo todavía, es lógico que sea así. Forma parte del juego. Sacad la cabeza del agujero y exigid a todos los que alguna vez nos pidieron el voto (para lo que fuese) que hagan su trabajo, y bien; y, sobre todo, que nos dejen hacer el nuestro. Y si no escuchan habrá que gritarle a otros oídos. Pero que la frase sea la misma: ¡Yo no soy tonto! Aunque haya quien se lo haga por comodidad o por conveniencia.