El pasado mes de mayo sufrimos uno de los mayores ciberataques a escala mundial que se recuerda. No sé si en el momento en el que este artículo está viendo la luz seguimos sumidos en él y nuestras empresas nos están mandando emails pidiendo la desconexión de los equipos de la red. En el mundo globalizado en el que vivimos, estar unplugged, -desconectado- no es ya una opción. No es posible ya el desarrollo de casi ningún trabajo sin estar en la red. De forma directa o indirecta dependemos de ella.

En estos momentos, estima la OCDE que el comercio mundial por la red mueve 25 billones de dólares al año. El mayor porcentaje, cerca del 90%, en lo que se denomina B2B, es decir, entre empresas. Pero los consumidores finales completamos ese porcentaje. Podemos comprar con un solo click un producto que llegará desde la otra punta del planeta en unos días o directamente un disco completo cuyo servidor se encuentra en una isla en medio del Pacífico. Y ni que decir tiene de nuestros archivos en la nube, que quién sabe dónde están depositados físicamente en el servidor más remoto.

CardeneteLa economía de mercado se basa en la confianza. Eso es lo que nos hace tener el dinero en el banco y no debajo de la cama. Lo que nos hace pedir un préstamo que devolveremos poco a poco y que el banco se fíe. Que una empresa compre material a un proveedor y se lo pagará en 60 días. Es decir, todo está basado en la confianza.

La crisis económica nos ha demostrado que cuando esta confianza se trunca, el sistema puede quebrar. Baste recordar en los inicios de la misma, cuando los depósitos bancarios estaban aún sin asegurar por las autoridades monetarias, cundió pánico y muchos clientes comenzaron a retirar fondos de algunas entidades que no aclaraban su grado de cobertura.

Pues ahora nos encontramos con que no podemos abrir nuestro ordenador y los sistemas se caen: hospitales que no pueden atender a sus pacientes, aeropuertos que no pueden emitir los billetes, semáforos que no funcionan… El caos.

En este caso parece que se ha controlado, pero no tenemos la certeza de que no vuelva a ocurrir y, sobre todo, de que el ciberataque no sea de mayor envergadura y paralice la economía.

En estos días me ha venido a la memoria lo que se planteó en la II Guerra Mundial. Cuando Alemania intentaba invadir Inglaterra, los intentos a base de bombardeos resultaban infructuosos. Por ello, hubo un planteamiento serio de atacar al Reino Unido con el lanzamiento no de bombas, sino de libras esterlinas. ¿Qué podía implicar eso? Pues si comenzaba a llover dinero del cielo, los precios comenzarían a subir y la inflación se descontrolaría. Cuando todo el mundo se viera con más numerario, el mecanismo de ajuste, que son los precios, fallaría en el corto plazo, pudiendo sumir al país en un caos de desabastecimiento. Las señales que marcan los precios serían erróneas y el mercado dejaría de funcionar.

Pues bien, ahora no hace falta ni lanzar bombas ni tirar dinero desde el aire, basta con realizar un ciberataque desde un ordenador. Esto que parecía que solo era posible en las películas, estamos viendo que es ya hoy en día una realidad palpable.

De momento nos puede resultar hasta gracioso, sobre todo si recibimos ese email diciéndonos que debemos apagar el ordenador y la mañana laboral se convierte en casi un día de asueto. Pero si esto provoca males mayores como una bancarrota a nivel mundial por movimientos de capitales sin control, seguro que no nos parecerá tan gracioso.

 

Manuel Alejandro Cardenete

Catedrático de Economía

Vicerrector de Posgrado

Universidad Loyola Andalucía

@macarflo